Los astros se han ido del cielo en la ciudad. Si bien nos damos cuenta de las fases de la Luna y en algunos momentos nos sentimos hechizados por su color o su moneda brillante o la ocurrencia de un eclipse, el cielo nocturno ha perdido significación para nuestra supervivencia inmediata.
No obstante, para nuestros ancestros, el conocimiento de la oscuridad diamantada de estrellas y constelaciones, planetas, la Luna y los objetos fugaces en el orbe superior representaba no sólo una adaptación imaginaria al entorno, sino también el dominio del territorio.
Al depender de la agricultura y luego del comercio, la migración, el pago de impuestos y el ejercicio de la guerra, nos vimos obligados a identificar, por medio del mapa en el cielo, nuestro lugar en la Tierra.
Vale la pena imaginar un mundo sin mapas convencionales y sin GPS para darnos cuenta de que, para precisamente definir el punto en el espacio en el cual nos encontramos, es necesario mirar hacia arriba y recibir las coordenadas del tablero inmutable que nos regala el cielo.
Ante tal regalo, no es de extrañarse que los seres humanos creyeran y sintieran que las estrellas eran dioses o que ellos las habían colocado allí para nosotros o que ellos habitaban aquellas casas superiores.
Lo cierto es que el cielo fue nuestro primer mapa y guía. El atlas de los cielos preexistió al terrestre, poblado de creaturas, mitos y profecías.
El cielo recibió nuestra primera mirada y fue el escenario de nuestros sueños, temores y prioridades.
El cielo fue el primer espejo físico e imaginario (espiritual) de la Tierra.
El conocimiento de los cielos no fue completamente científico por mucho tiempo.
La separación entre astronomía (el estudio de las estrellas) y astrología (la adivinación basada en hechos celestes) no empezó a ocurrir quizá hasta Copérnico y Galileo.
No obstante, no hay que ignorar que ellos, inclusive Newton más tarde, estaban dominados por el sentido mágico/divino de los fenómenos físicos.
Quizá hoy debemos preguntarnos, ¿vemos la materia y su comportamiento, en especial las estrellas, lejos de nuestro destino y de nuestro significado individual?
Millones de personas en la actualidad están al pendiente de su horóscopo, o piensan que viven bajo la influencia de un signo zodiacal, e investigan su ascendente, y se relacionan con personas compatibles de acuerdo con su fecha de nacimiento o hasta crean un catálogo de individuos con ciertas características, dependiendo de si son cáncer, piscis o escorpión.
Hay signos de agua, tierra y aire. Hay signos de fuego.
Hay signos que cazan o que son animales. Hay signos dominantes, materialistas, sensibles, impulsivos, inteligentes.
Es posible argumentar que las estrellas se han escondido en el cielo simple, sin profundidad, poluto de las ciudades, pero que su influencia, su fantasmagoría mágica, persiste y continúa gobernándonos.
Así, no somos muy distintos a aquellos primeros humanos que buscaron en el cielo su significado, obnubilados por la belleza y el temor del firmamento.
En este mundo de fuerzas que nos gobierna más allá de nuestra individualidad, existió el astrónomo, el mago, el brujo, el vidente.
Su poder surgía de su conocimiento real o imaginario de las estrellas.
Su palabra era predicción y podría significar el inicio, el triunfo o la derrota de la guerra. Neil deGrass Tyson nos relata varios casos.*
*Reflexiones sobre “Ciencia y guerra. El pacto oculto entre la astrofísica y la industria militar” (2018) de Neil deGrasse Tyson y Avis Lang.