Cuenta Neil deGrass Tyson, el sucesor de Carl Sagan en la serie de difusión científica “Cosmos”, que el Simposio Espacial Nacional de la llamada Space Foundation en 2003 en Colorado Springs, Colorado, coincidió con las hostilidades en Irak durante la segunda guerra del Golfo (autorizada por el hijo Bush).
Entre los asistentes al congreso se encontraban científicos, ingenieros, emprendedores, administradores de la NASA, inventores, generales de la Fuerza Aérea estadounidense, directores de centros espaciales, estudiantes, profesores, expertos en turismo espacial, especialistas en telecomunicaciones, miembros selectos del congreso, diplomáticos, inversionistas, aviadores, vendedores de armas espaciales y el “ocasional astrofísico” (como el mismo de Grass Tyson), entre otros.
La inscripción al simposio había aumentado en un 20 % ese año coincidentemente.
Cuenta que llegó un momento en el simposio en que reemplazaron las diapositivas informativas de PowerPoint en los monitores y pantallas del hotel con las imágenes de la cobertura que CNN hacía de la guerra.
Empezaron a ver la operación Libertad Iraquí, en vivo y a todo color. Un infierno caía sobre Bagdad.
Entonces, cuando se identificaba una corporación como la hacedora de un arma en particular, los ejecutivos y empleados de tal empresa aplaudían sin censura entre el público.
DeGrass Tyson cuenta que desde ese instante decidió escribir un libro que explicara la relación entre la astrofísica y la guerra.
Un libro que respondiera a la pregunta (entre otras): ¿es posible conciliar nuestras ideas civilizatorias con la celebración y el arte de hacer la guerra?
Vayamos a finales del siglo XVII, hacia el inicio de la ciencia espacial.
El astrónomo y matemático holandés Christiaan Huygens (1629-1695), inventor del reloj de péndulo y descubridor de la luna de Saturno Titán, estaba convencido de que el conflicto bélico estimulaba la creatividad y que Dios alentaba el conflicto.
Huygens creía que Dios había creado la tierra con seres humanos buenos y malos. Una consecuencia de esa partición eran las guerras, los infortunios, la pobreza y aquello que causaba la aflicción.
Para eso el creador le había dado al hombre un ingenio y lo había hecho capaz de inventar artefactos para defenderse de sus enemigos.
Huygens entendía que la guerra era una extensión de la inteligencia en un mundo dividido entre el bien y el mal.
Además, afirmó que la ausencia de la guerra provocaba un estancamiento intelectual.
Comenta que, si los “hombres” llevaran sus vidas enteras en un periodo de paz prolongado e ininterrumpido, sin estar preocupados por la posibilidad de la pobreza, sin la preocupación de la inminencia de la guerra, vivirían un poco mejor que los burros.
Vivirían sin disfrutar las ventajas del conocimiento y sin disfrutar las ventajas y los beneficios que éste produce.
La escritura, por ejemplo, no se habría inventado sino hubiera surgido la necesidad de inventarla para hacer el comercio y la guerra.
A los primeros guerreros les “debemos nuestro arte de la navegación, nuestro arte de la siembra, y la mayoría de esos descubrimientos de los que somos maestros: casi todos los secretos del conocimiento experimental”, dice Huygens.
La usencia de la guerra dilata la producción de invenciones, tecnología, exploración y conocimiento.
Ante tal visión de la realidad económica, social y científica de Huygens (compartida por los científicos y políticos de su tiempo), cabe preguntarnos a la par de DeGrass Tyson:
¿es la guerra la fuerza principal que funda la civilización aquí en la tierra, así como la investigación y la exploración de otros mundos (América, los polos del norte y del sur, el Lejano Oriente, la luna, Marte y los demás planetas)?
Al estudiar la historia y todos los conflictos entre naciones, comunidades, razas, etnias, religiones, imperios, culturas, ideologías, que han sido largos, persistentes y, más que nada, constantes;
al tomar en cuenta “los mapas celestes, los calendarios, cronómetros, telescopios, mapas, brújulas, cohetes, satélites, drones”, entre otros instrumentos que utilizamos en la vida cotidiana y que nos facilitan las tareas pero que fueron creados para el dominio, tendríamos que aceptar que sí, que la guerra funda el progreso científico y tecnológico.
La escena en el simposio nos revela una visión de entusiasmo ante la guerra.
La guerra debe hacerse para mantener los avances científicos y la capacidad intelectual de aquellos que la hacen, es lo que piensan.
La guerra es, así, el nervio del progreso.*
*Reflexiones basadas en el libro “Ciencia y guerra. El pacto oculto entre la astrofísica y la industria militar” (2018) de Neil deGrasse Tyson y Avis Lang.