Como en un sueño edificado por novelas y películas de caballería, Castilla es una región de España que toma su nombre de los numerosos castillos levantados en sus rocosos horizontes.
Como en un juego de ajedrez, el castillo ganaba territorio ante los musulmanes presentes allí en el norte desde 722.
En 1469 y en secreto, la princesa Isabel, de la dinastía Trastámara, contrae matrimonio con el príncipe Fernando de Aragón en Valladolid. Juntos echan a andar la máquina que convertirá a Isabel en la reina de Castilla, unificará los dos reinos y expulsará a los moros.
A 550 años de aquella unión, los castillos de aquel antiguo reino siguen de pie. Sobresalen como grises montañas atorroneadas.
Al entrar en ellos se descubre la humedad sin tiempo, bajo un arco flanqueado por dos armaduras. La sangre de aquella imposición no existe. Tampoco la sangre de los territorios que esa pareja y sus descendientes iban a conquistar.
Aquí, en la ciudad de Valladolid, de calles angostas y edificios de apartamentos, que siguen siendo elevados castillos, el 12 de octubre es una ocasión de orgullo.
La gente se prepara con días de antelación y se desean unos a otros feliz día de la hispanidad. Las campanas de las iglesias suenan al medio día y a las 7 de la tarde, porque se celebran misas como en un domingo.
El orgullo es por aquella mujer que se enfrentó a su hermano estéril, Enrique IV, y se impuso ante la niña Juana la Beltraneja, su no sobrina. ¿Cómo no amarla? Al fin y al cabo, Isabel la Católica puso en la lengua del mundo el reino de los castillos.
Lo que sí cambió fue la compostura humana: entre estos castellanos —cristianos viejos sin dudas—, caminamos por las calles viajantes de otros mundos, peruanos, dominicanos, cubanos, mexicanos, nacidos de ese encuentro que aquí se oye, traducido por las olas del océano y los siglos, en la civilizada arquitectura y la épica elevada del lenguaje.
A la par de la historia de Isabel, se escucha el relato de aquel hombre misterioso llamado Cristoforo Colombo, financiado por la reina de Castilla para la gloria de su gente, por el tiempo por venir.