Cultura

El milagro de la genialidad

  • 30-30
  • El milagro de la genialidad
  • Fernando Fabio Sánchez

Y en aquella charla descrita en la pasada entrega, un estudiante me preguntó cuál era mi filme favorito. Amadeus de Milos Forman, respondí.

No conocían la cinta de 1984, por lo que mostré el tráiler original. 

Los dos minutos presentaron confusamente el ascenso y descenso de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y su relación con el italiano Antonio Salieri (1750-1825).

Pero un estudiante vio el filme. En la graduación de nuestro departamento, con ojos brillantes y emocionados, me compartió su experiencia. La cinta lo había hechizado.

¿Cuándo viste por primera vez esta película, profe?, me preguntó. Fue en la secundaria, cuando tenía 14 años, respondí.

Y luego le conté: Un amigo había grabado la película de la televisión por cable y me prestó el videocasete. 

Al ver el filme, me asombró la música, la risa de Mozart y, más que nada, la historia de Salieri.

Es la historia de todos o de casi todos, concluí. ¿En qué sentido?, me preguntó. 

Es la historia de todos los mortales que vemos a lo lejos el milagro de la genialidad, dije. 

Y él se quedó pensando.

En Amadeus, Antonio Salieri, acosado por la edad y los remordimientos, cuenta la manera en que bloqueó, desacreditó y asesinó a Mozart, cuando los dos convivieron en Viena a partir de 1781.

La historia está basada en una leyenda o teoría de la conspiración antigua, que el inglés Peter Shaffer primero llevó al teatro y luego adaptó al cine.

“Era mi ídolo…Mozart”, confiesa Salieri en el asilo-manicomio cuando la cámara nos muestra al pequeño Mozart, tocando el clavecín con los ojos vendados. 

“Yo me entregaba todavía a juegos de niño mientras él ya daba conciertos para reyes y emperadores, inclusive para el Papa en Roma”.

Las imágenes cambian y vemos a un Salieri casi adolescente, dando vueltas con los ojos vendados, jugando a la gallina ciega con otros niños. 

“Admito que sentía celos de las historias que contaban sobre él”, añade.

Luego Salieri, con voz muy dulce, admite que, en aquel entonces, mientras su padre rezaba por la protección del comercio, él ofrecía a Dios, secretamente, la oración más orgullosa que un muchacho podría elevar.

“Señor”, dice Salieri recordando, “conviérteme en un gran compositor. 

Déjame celebrar tu gloria a través de la música y déjame ser reconocido. 

Hazme famoso alrededor del mundo. Vuélveme inmortal. Luego de morir, haz que todos pronuncien mi nombre con amor por mi trabajo escrito. 

A cambio, te ofreceré mi castidad, mi industria, mi humildad más verdadera, cada hora de mi vida. Amén”.

“¿Y sabes lo que sucedió?”, pregunta Salieri. 

Y bueno, esperemos una semana para conocer la respuesta, si es que no has visto esta película, estimado lector.


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