Ahora, imaginemos a un hombre que ha decidido aprender de esa intrincada geometría. Inicia en el nido de una familia itinerante, encabezada por un padre fabulador, hijo de un licenciado que, al elegir a una campesina como esposa, puede ver el lado flexible de las cosas.
Un hombre que tiene el hábito de la impulsividad y que, por eso, constantemente se descubre en el camino de la aventura que desemboca en tragedia o en drama porque, para él, la vida es una oportunidad del heroísmo.
Un hombre de acción y de palabra de oro, soldado en el extranjero y en familia, testigo de las maravillas de una italiana nación, y cuyo valor salvaje empeña la integridad del cuerpo hasta perder la salud de una mano.
Un hombre apresado en África que rechazó ser prisionero: fugitivo constante que, más de una vez —suponemos—, agradeció la visión del padre para ver un plan de escape donde los demás veían una prisión, una derrota o el adiós de la patria.
Un hombre que, en aquellos calabozos, jardines y las cámaras interiores de los palacios, contempla frente a frente aquella geometría —propia de los infieles— grabada en la roca, en la yesería y en los azulejos: una línea recta, flanqueada por otras líneas, equidistantes, paralelas, que se entretejen con líneas semejantes en trazo vertical y luego en diagonal, caídas a la derecha y también hacia la izquierda.
Este trazado produce figuras que, si se las ve una por una, son en su mayoría polígonos irregulares pero que, si se las agrupa y el cerebro lo permite, descubrimos rectángulos, hexágonos, rombos, cuadrados perfectos: una serie de formas predichas por las matemáticas de un diseñador anónimo que, con inspiración divina, hace emerger una estrella-flor en el alma del entramado para acercarnos a la secreta geometría del tiempo y de la naturaleza.
Ese hombre comprende el sentido total de aquella geometría y sabe que, si ahora está inmóvil, mañana alcanzará el movimiento.
Saavedra, entregado entonces a los juegos de ese laberinto, escribe años más tarde una novela que refleja la sabiduría de esa lógica; y sólo él sabe que son las líneas de su cara.