Política

Un saber virtuoso

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La directora del Conacyt, Álvarez-Buylla, publicó hace unos días un artículo notable: una historia del “credo tecnocrático” en México, que era también declaración de intenciones, acta de acusación y bandera para un plan quinquenal. El argumento es elegante, sofisticado, complejo: el pensamiento tecnocrático es una ideología derivada de la ideología positivista, que es una manifestación del credo tecnocrático (o algo así). En México, “es inseparable de la barbarie del porfiriato”, y resultó en cosas como la represión de la huelga de Cananea. La tecnocracia “se ha traducido, en la práctica, en alianzas de facto entre políticos, funcionarios y toda clase de expertos, los tecnócratas, a fin de sostener las riendas del poder real…” Por eso es necesario “quebrar la hegemonía del credo tecnocrático” (a veces es pensamiento, a veces ideología, a veces credo, ¡qué más da!)

Es un texto luminoso: arroja luz sobre muchas cosas. En primer lugar, la señora Álvarez-Buylla demuestra que no hace falta ser historiador para escribir historia. De hecho, no hace falta ni siquiera saber historia: basta con comprar en la miscelánea la lámina del porfiriato, y el resto se hace con tijeras y resistol. El texto también hace alarde de refinamiento filosófico para explicar que “el experto le es necesario al Estado”, pero los tecnócratas incurren en la monstruosidad de decir que los expertos son “indispensables” (ya se ha convocado un seminario para analizar la diferencia). A la vez, nos ahorra la lectura de anaqueles enteros de libros: en medio renglón explica que “los positivistas de Porfirio Díaz validaron, al mando de su líder… José Ives Limantour… nuevas industrias dependientes de la inversión extranjera”. Y resume su insidiosa influencia con una claridad deslumbrante: “El lema ‘Orden y progreso’ se tradujo en nuestro país en la fórmula ‘Mátalos en caliente’ …”

Afortunadamente, no todo es así de sombrío. Esta noche oscura es culpa de los científicos, los expertos, pero la redención también puede venir de los científicos, otros: es la tarea del Conacyt. Aunque es claro que no cualquier ciencia sirve. Ahí entra la parte programática del artículo.

En resumen, es necesario un conocimiento “verdaderamente científico”. Para eso, lo primero es garantizar la pureza genética: “instrumentar un discurso de expertos emanados del pueblo” (y supongo que señalar, apartar a los otros, emanados de quién sabe dónde: puede que parezca xenófobo, pero es sólo porque es xenófobo —el pueblo es así). De ellos, los emanados, podemos esperar cosas fantásticas; por ejemplo, que siempre “bajo el cobijo del humanismo, garanticen resolver controversias”: no es el “sueño tecnocrático”, sino el mundo reconciliado que podemos prometernos, sin controversias, gracias a la verdadera ciencia. No es la ciencia de siempre, es otra cosa, una ensalada de “distintos saberes” que permitirá “la emergencia de un saber colectivo y virtuoso … garante del interés público” (garante, precisamente) —contrario al saber egoísta, corrupto, perverso, que se ocupa de trivialidades. Y se entiende, si el saber no promueve “el bienestar de la población”, ¿para qué sirve?

Fernando Escalante Gonzalbo

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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