El año pasado, para un trabajo de la materia de arte en el que los alumnos tenían que hacer un muñeco de algún personaje que les llamara la atención, mi hijo Max decidió elegir a David Bowie (no hubo mano negra, de veras), con la consecuente hinchazón de pecho del orgulloso padre que al menos en este rubro parecía haber cumplido parte de su misión. Se puso a revisar todos los personajes/imágenes del londinense y al fin optó por Aladdin Sane, el Ziggy viajero a América con el rayo atravesando el rostro blanquísimo, coronado a su vez por un cabello rojizo en incendio perpetuo.
Ahora está de regreso con todo y su estrella negra, último legado que nos dejó a los terrícolas para que cada vez que escuchemos algunos de sus discos recordemos la forma en la que nos acompañó en nuestra educación sentimental, al igual que lo hará, por lo visto, con las generaciones por venir.
A fin de cuentas, todos tenemos alguna anécdota memorable mientras sonaba el Duque blanco, inmiscuido en las propuestas de muchos grupos contemporáneos y posteriores. Como dijera Mark Ruffalo, que descanse en paz el padre de todos nosotros los frikis.
Promovía la implosión de los géneros para reconvertirlos, primero acercándose a ellos y después, cual astuto camaleón, continuar con su labor de deconstrucción. Artista de múltiples rostros, creó personajes diversos entre facetas y alter egos a su alrededor pero emanados desde dentro, como si formaran parte de alguna de sus dimensiones creativas y afectivas, contextualizando épocas, lugares y estados de ánimo, jugando con amplios rangos e intenciones vocales según la situación lo ameritaba e incluso encontrando belleza a partir de la decadencia.
Epítome de la tendencia andrógina dentro del rock, representó la noción de incertidumbrey al mismo tiempo de capacidad adaptativa y olfato para detectar tendencias vigentes y por venir, convirtiéndose en una de ellas.
Con gran sensibilidad melódica, un largo colmillo para la construcción de armonías, originalidad para la combinación instrumental y una poética que transitaba de la creación de personajes a la abstracción, consolidó uno de los cancioneros más trascendentes del mundo del pop.
Como si de un extraño Principito se tratara, David Robert Jones (Brixton, Londres, 1947 - Nueva York, 2016) llegó procedente de un pequeño asteroide para caer en la Tierra; con la influencia de su hermano por el gusto hacia la música, formó parte de algunas bandas (King Bees, Manish Boys) hasta que decidió viajar en solitario bajo el nombre de David Bowie, para evitar confusiones con el vocalista de The Monkees. Corrían los años sesenta y la revolución de la música popular estaba en pleno apogeo. Justo sacó a la luz su primer disco en un año crucial para la historia del rock, lleno de obras cumbres.
Fue una salida no tanto en falso, pero sí tanteando el terreno, apenas con ciertos destellos de su creciente talento compositivo y en búsqueda de la identidad artística, aquí con mayor inclinación hacia la escena mod: se entiende dado que recién se estaba acoplando a nuestro planeta.
El álbum debut David Bowie(1967) fue una carta de presentación con algunos de los temas que serían recurrentes como la angustia, la decepción y las tonalidades apocalípticas, conviviendo con declaraciones de amor que trascendían el fin de semana.
Después de pasar un cuanto tanto desapercibido, el reconocimiento llegaría pronto de la mano de su segunda obra, la sideral y psicodélica Space Oddity (1969), originalmente titulada Man of Words/Man of Music, coincidiendo con el famoso alunizaje y cuya canción titular nos introdujo al Mayor Tom, un astronauta en busca de libertad espacial que busca respuestas fuera del control en tierra y que ha aparecido en varias canciones de otros artistas y del propio Bowie.
EL HOMBRE QUE VENDIÓ EL MUNDO Y CAYÓ A LA TIERRA
La década de los setenta fue clave para su desarrollo como productor, compositor e ícono artístico que invadía otros terrenos como la moda, la sexualidad y el cine. De entrada, grabó el alocado The Man Who Sold the World (1970) con Mick Ronson y Toni Visconti, dos hombres centrales en su carrera que le ayudaron a iniciar un periodo fundamental no solo para él, sino para la historia del rock. Reposando con elegante vestido femenino como si estuviera en el camerino dentro del contexto de la music hall, el artista empezaba a desarrollar su inaplazable capacidad para el camuflaje y, paradójicamente, para siempre destacar.
Después vendría un cúmulo de clásicos consecutivos que lo confirmarían como uno de los solistas esenciales de la música popular. Abriendo con Changes y Oh! You Pretty Things, transitando por la emotividad orquestal de Life On Mars?(ahí está Jessica Lange interpretándola en American Horror Story) y complementándose con canciones para Bob Dylan y Andy Warhol, Hunky Dory (1971) se estructuró a partir de la diversidad estilística con el piano de Rick Wakeman construyendo escenarios de extraña hospitalidad.
Un rockstar alienígena de sexualidad indefinida vive en un mundo marcado por la decadencia y, ya desde entonces, el culto a la fama. Sin desperdicio alguno, la obra maestra The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders of Mars(1972) se alimenta del rock progresivo en cuanto su naturaleza conceptual y del glam, con todo y su condición de alumno aventajado del mago Marc Bolan(creador del mítico álbum The Slider con T. Rex), por su influjo iconográfico y de provocativa teatralidad. A todo gran ascenso, corresponde una brusca e imparable caída, aunque siempre habrá manera de regresar.
En efecto, Ziggy mutó y apareció Aladin Sane (1973), personaje y título de su siguiente disco en el que se profundiza en la imaginería glam, reflejada en canciones como Panic in Detroit, The Jean Genie y la angustiosa Time. Junto con RoxyMusic y Genesis, Bowie se erigía en creador de escenarios donde igual cabe la sofisticación que la mundanidad, el drama que la ironía, el cinismo que la paranoia.
Este mismo año presentó Pin-Ups (1973), álbum de covers grabado junto con sus queridas arañas de Marte, y mostró sus dotes como productor en sendas obras de Lou Reed, The Stooges y Mott the Hoople.
Con Diamonds Dogs (1974) recuperó la paranoia orwelliana al tiempo que rockeaba al grito de Rebel Rebel, tal como se deja escuchar en David Live (1974), grabado en directo en Filadelfia y de cuya gira, con el habitual instinto para aprehender estilos, Bowie escuchó el canto de las sirenas del soul con aroma plástico y pronto perpetró el inmediatista Young Americans (1975), sin maquillaje, con la crucial adhesión del guitarrista Carlos Alomar y la inserción de Fame, tema compuesto en complicidad con John Lennon.
Sus estudios de mimo y como actor se fueron poniendo en práctica de manera simultánea. Después de ser Cloud bajo la dirección de Lindsay Kemp y en el filme corto para TV Pierrot in Turquoiseor The Looking Glass Murders(M ahoney, 1970), así como aparecer en el fantasmal corto The Image (Armstrong, 1967), representó en pantalla a un alienígena que llega por estos lares para buscar agua y salvar a su agonizante planeta en El hombre que cayó a la Tierra (Roeg, 1976), filme que le significó su primer protagónico con personaje creado como anillo al dedo que hasta a los negocios le sabía.
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