El primer amor, que no necesariamente coincide con el primer noviazgo o vínculo de pareja, permanece a lo largo del tiempo como una especie de huella vital para futuras relaciones, incluyendo los aprendizajes sobre la ruptura y la forma en la que detona sentimientos difíciles de comprender en ese momento; en algunos casos, se presenta también como definitorio del despertar del deseo y de la orientación sexual, si bien se vuelve problemático si no es correspondido cuando se queda en ese complejo espacio entre la amistad y el amor erótico, mientras se va dejando la niñez para entrar a la pubertad y de ahí a la adolescencia: años convulsos e inciertos, después de transcurrir, en general, por territorios más o menos conocidos.
El temprano romance homosexual ha sido tratado en varias películas desde perspectivas diversas como en la sueca Descubriendo el amor (Fucking Åmål, Moodysson, 1998), la francesa Un pequño confort (Lameloise, 2004), las argentinas Sublime (Biasin, 2022) y Mi mejor amigo (Deus, 2018), el corto taiwanés Oculto (Hsuan-Chi Kuo, 2021), la islandesa Hearthstone (Guðmundsson, 2016), la brasileña La forma en que se ve (Ribeiro, 2014), la alemana El centro de mi mundo (Erwa, 2016) y la obra maestra japonesa, Monster (Koreeda, 2023). Filmes belgas y neerlandeses, sociedades de avanzada, también han abordado la cuestión como se advierte en Mar del norte de Texas (Defurne, 2011), Jongens (Kamp, 2014) y Close (Dhunt, 2022).
Corazones jóvenes (Países Bajos-Bélgica, 2024) centrada más en la reflexión sobre el primer enamoramiento que en el enfoque LGBTQ+, a partir de una notable dirección de actores juveniles por parte de Anthony Shatteman (cortos L’homme inconnu, 2021; Petit ami, 2017), realizador que ya había abordado el tema en sus segmentos de New Queer Visions: Men from the Boys (2017) y Seeing is Believing (2020), y que ahora presenta su primer largometraje atendiendo sobre todo la evolución de los personajes, más que los conflictos inherentes que suelen tener los romances homosexuales dados las contextos familiares y sociales: al contrario, aquí los adultos que rodean a la pareja en ciernes, incluso su grupo cercano de amistades, muestran una comprensión sin cortapisas, tarde o temprano, para apoyar la decisión del protagonista.
Inscrita en la orientación del coming of age, la historia sigue a Elías (Lou Goossens, notable), un puberto de 14 años que vive en un pueblo de Flandes y que empieza a sentirse atraído, a pesar de tener una novia que más bien funge como mejor amiga (Saar Rogiers), por el simpático Alexander (Marius De Saeger), su vecino recién llegado de Bélgica con su padre (Olivier Englebert) y su pequeña hermana: los sentimientos son novedosos, confusos y potentes, por momentos rebasando la capacidad de comprensión del joven y llevándolo al territorio de los cuestionamientos, apenas entre algunas certezas, que pronto se disipan ante la decepción, el enojo y hasta las ganas de desaparecer, si bien el deseo de estar con su amor lo envuelve en ese extraño manto de esperanza y nostalgia.
Mientras que el padre (Geert Van Rampelberg, en su mundo), absorto en sus hilarantes presentaciones musicales, se tarda en darse cuenta la situación que vive su hijo, la madre (Emilie De Roo, al pendiente) va teniendo acercamientos paulatinos, prudentes y respetuosos; el hermano (Jul Goossens), primero distante y después mostrando apoyo, aprende a guardar silencio en el momento justo, y queda el abuelo granjero (Dirk Van Dijck, colmilludo) como el seguro refugio con el que, sin lecciones explícitas, el joven protagonista es capaz de empezar a abrirse y verbalizar sus sentimientos y afectos, en la línea de El tiempo del Armagedón (Gray, 2022): un viaje breve pero revelador con el querido anciano se convierte en una experiencia profunda de aprendizaje emocional.
Con un score de Ruben De Gheselle emotivo y omnipresente, quizá un poco de más, e incluso música diegética como la conmovedora canción de la Diva en el bar de Bruselas, el viaje emocional se construye con solidez, gracias a una edición cuidada y un tratamiento detallado de los personajes, entre los cuales sólo un grupo de compañeros de la escuela hace burla de la relación homosexual, sustentada más en compartir escapadas y juegos que propiamente manifestaciones físicas, más allá de un par de besos y algunos abrazos: la inocencia se mantiene intacta y la intimidad afectiva se fortalece, captada por una cámara que se da tiempo de abrir el panorama por el ambiente rural y dar cuenta de la construcción de la identidad sexual y afectiva de los jóvenes.