Política

Partidos e independientes

El descrédito de los partidos ha llevado a la idea de que lo mejor que pudiera suceder es acabar con ellos. Que esos partidos, los que existen, estén mal no quiere decir que puede haber democracia sin partidos. Prescindir de los partidos es como andar la democracia sin neumáticos. Los que existen pueden requerir reparación o reemplazo, pero no hay viaje sin éstos.

La posmodernidad digital también sugiere terminar con la mediación de los partidos. La seducción por lo masivo y la comunicación en tiempo real avasalla. Las posibilidades que plantea la combinación del uso generalizado de la telefonía móvil con el uso creciente de las redes sociales, como medio de diálogo e intercambio de información, hace pensar que los partidos son prescindibles; se hace creer que esta tecnología puede crear una nueva relación entre el ciudadano/usuario y la autoridad/candidato ganador, sin tener que transitar por el ritual electoral.

Cierto es que los partidos son figuras del pasado, aunque su origen no es muy remoto. La democracia los precede y fue el carácter incluyente y plebiscitario de la política lo que hizo de los partidos un medio para articular y procesar la voluntad ciudadana y traducirla en consecuencias políticas fundamentales, especialmente, la elección de representantes y de autoridades. Aunque el origen de los partidos no es su dimensión electoral, sino la lucha por el poder bajo cualquier medio, incluso el revolucionario, su transformación, para bien y para mal, ha sido la de ser la mediación fundamental para traducir votos en cargos.

Con el descrédito de los partidos actuales y la seducción de los candidatos independientes (aunque la mayoría son hábiles y carismáticos tránsfugas de sus partidos) se puede pensar la democracia fuera de los partidos, pero deben ponderarse los riesgos y las consecuencias. La preferencia por una persona es una apuesta ciega e impredecible. La pretensión posmoderna del encuentro de El Mesías o Quetzalcóatl, hacen que los independientes puedan ser la reedición del caudillismo mexicano que, parafraseando a Paz, duerme en las campas más profundas del subconsciente nacional.

Lo que llama la atención en todo esto, es la resistencia de los partidos existentes para asumirse un problema serio de la representación. En especial, su negación a interiorizar a la democracia en sus decisiones internas, especialmente, en la selección de candidatos. Ejemplo de ello es la entrevista reciente en El Universal del candidato presidencial Francisco Labastida, quien se lamenta de que en 1999 haya sido el primero y único candidato del PRI electo a través de un proceso democrático interno; al reproducir la tesis de que la democracia daña se lamenta de la división que la competencia le ocasionó; no lo advierte porque como muchos no cree en la democracia; desdeña el hecho de que en la elección interna de hace 15 años votaron por él más personas de las que lo hicieron por el PRI en la elección pasada. Perdió por una mala campaña y una muy buena de Vicente Fox, así de simple.

El autoritarismo es el problema más serio que padecen los partidos. Su negativa a encararlo y resolverlo es generalizado, incluso por las nuevas organizaciones como Morena, la que prefirió seleccionar candidatos por sorteo, fórmula absurda e injusta. Lamentablemente quienes han encontrado la ventana de los independientes para ser candidato no son los ciudadanos ajenos a los partidos en búsqueda de una oportunidad para ser electos, sino los desafectos por el autoritarismo que se padece en los partidos. Incluso, desde ahora, de un lado y de otro ya se anticipan candidatos presidenciales que están en partidos que quieren ir por la vía independiente en caso de no alcanzar su propósito.

La legislación de Chihuahua ha impuesto un freno a los candidatos independientes trásfugas de partidos. Más por oportunismo que por convicción, el PAN ha impugnado el cambio. La realidad es que el sistema electoral debiera tener una mayor apertura a los candidatos auténticamente ciudadanos y obligar a los partidos a elecciones primarias, aunque los divida. La costosa burocracia electoral debiera participar en la organización de dichos eventos, para que sea la democracia interna la que dome el autoritarismo y la exclusión que prevalece en las organizaciones políticas.

Los candidatos independientes no solo plantean un problema de representatividad, también hay una amenaza que va más allá del caso de un funcionario sin legisladores ni estructura política, como se insinúa en Nuevo León. Es el caso del financiamiento y los vínculos que se construyen para ganar la candidatura y, posteriormente, la elección. Las experiencias recientes lo ilustran, pero no lo resuelven. No es el caso de elegir un legislador o un alcalde de un municipio modesto, sino de un gobernador y, eventualmente, un presidente de la República. El sistema vigente no lo ha previsto. Hay poco tiempo, es urgente atenderlo antes de que el futuro de mal modo se haga presente.

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Federico Berrueto
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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