Política

"Amlocracia" y libertades

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No pocos derivan de la obra reciente de Enrique Serna, El vendedor de silencio, un sentimiento de alivio respecto a la relación perversa en el pasado de los medios con el poder político. Carlos Denegri, el personaje, un periodista talentoso pero corrupto en extremo y un ser humano infame como pocos de los muchos. La realidad es que el cambio es menos generoso de lo que suponen. La relación de las grandes televisoras con el poder político, particularmente con los gobernantes tricolores, es una historia por narrar que empequeñece las prácticas execrables del pasado.

La lectura de la obra lleva a otra conclusión igualmente no muy positiva respecto al presente: la ausencia de ciudadanía. Lo trágico de entonces se reproduce y recrea en estos días. Las libertades se someten al poder. El silencio de quienes gobernaban hasta hace unos meses permite tirar a la basura lo mejor de ese pasado.

Así, una reforma educativa a la medida de los intereses de lo peor del magisterio no solo es una ofensa al país, es una condena histórica a los niños mexicanos. Un país de mediocres porque sus gobernantes son su espejo. Sin evaluación no hay calidad. Tan simple como eso. El triunfo de la CNTE.

Al igual que en el pasado, el poder político se impone porque el miedo se sobrepone a las libertades. A pregunta de Ciro Gómez Leyva al presidente del Consejo Coordinador Empresarial, sobre la postura de él por el uso arbitrario de las instituciones del Estado creadas para luchar contra el crimen organizado, la respuesta fue patética y reveladora del sometimiento de ese empresariado al poder político: “los que se porten bien no tienen de qué preocuparse”. Pero, ¿quién define el portarse bien? Para el presidente Andrés Manuel López Obrador, hasta la revista Proceso no se ha portado bien.

El Presidente puede calumniar, perseguir y condenar con liberalidad y largueza porque no hay quien se le oponga. Se trata no solo de la oposición partidista, la que está en su peor momento y remitida a la intrascendencia por sus pocos asientos legislativos, lo que se esperaría en un país de ciudadanos es la voz libre, enérgica y razonada para contener el abuso del poder.

Los colaboracionistas consideran que por estrategia es mejor hablar con el poder en lugar de encararlo. Es un error. Desde luego que hay que dialogar, pero sin simulación, sin engaño y, sobre todo, sin miedo. Las libertades se acreditan con su ejercicio y en un país de ciudadanos hay que correr el riesgo y asumir los costos de su defensa. En eso el pasado se reproduce en el presente. Los personajes y las actitudes ejemplares a las que alude Serna son en este tiempo igualmente escasas y no menos imprescindibles.

La corrupción no solo es el intercambio ilícito de favores materiales o la apropiación privada del patrimonio público; también es el ejercicio arbitrario de la autoridad, es el engaño deliberado o involuntario, es la doble moral, es el dejar que los subordinados hagan el trabajo sucio para eludir socarronamente la responsabilidad de lo que ocurre. Es la confusión entre austeridad, honestidad y honradez. Es declinar en el interés público para ganar el favor o el beneplácito de clientelas sociales o gremiales.

No hay razón para el optimismo. Sí, para los gobernantes y para quienes han resuelto, por la razón que sea, vivir en la condición de engañados al abandonarse en las falsas certezas, los que no son pocos. La realidad es que estos tiempos revelan la precariedad de ciudadanía, de libertades condicionadas por el miedo y la autocensura —casi lo mismo—, de una autoridad que al igual que ayer, resuelve, decide y se impone porque no hay quien resista, porque no hay quien se oponga. La amlocracia vigente al igual que en el viejo régimen, muy poco tiene que ver con las libertades. 

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 @berrueto


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Federico Berrueto
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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