Los líderes de opinión marcaban la agenda sobre el breviario político y social hace 20 años.
Eran especialistas en la materia; catedráticos, maestros, doctores (de distintas disciplinas) y periodistas que, apoyados en objetos de estudio, hipótesis, teorías o hechos comprobados, dictaban argumentos a favor, en contra o sencillamente exponían su pensar sobre cierta tendencia bajo particulares contextos. Se permitían el escrutinio de algo o alguien a partir del estudio, el análisis y la conclusión.
Hoy, un escotado vestido puede detonar una resolución inmediata convertida en sentencia y sobre todo, "cierta". Es la época de la posverdad. Nuestra época.
Así, todo aquel que tiene la posibilidad de entrar al mundo virtual de las redes, forma parte de la inquisidora matrix: "Mi opinión vale más que los hechos", concluye el filósofo británico A.C. Grayling.
De tal manera que, sin saber la causa o el motivo, las redes sociales condenan a la actriz Jennifer Lawrence por usar un vestido escotado en un lugar gélido, según la fotografía que recorre los medios (y la ropa de sus acompañantes). Le reclamaron el permitir tal "humillación", ser tratada como "objeto sexual", tener que soportar el agresivo clima con tal de mostrar el único valor que puede existir en ella: su cuerpo.
El alud feminista, sin acudir a la razón, a la mesura o, ¿por qué no?, al silencio; vio, condenó y como tuvo el "poder" de hacerlo, entonces, sentenció, dio con la "verdad". En pocos minutos la actriz respondió que la decisión sobre el vestido era de ella y de nadie más, simple y sencillamente por el gusto a los vestidos elegantes y escotados. Su respuesta entonces carecía de valor, de credibilidad. La imposición que permite la posverdad, o sea, la de las emociones y creencias de las personas sobre el hecho o hechos objetivos, termina ganando: es lo cierto.
El incidente de Lawrence, que parece menor, es la punta del iceberg sobre esta sociedad cada vez más intolerante, por ser cada vez más "sabia". Empoderada frágilmente (qué paradoja) por el simple hecho de lanzar una opinión, una idea que, generalizada y hecha tendencia, diluye por completo evidencias, hechos reales e incluso históricos.
Ahora traslademos el fenómeno de la posverdad a las campañas políticas, ¡tómala! Bienvenida la guerra sucia, los memes, los videos editados y los foros en Facebook, ¡fin del debate! Corrosión de la democracia.
Es lo que cada mañana enfrentamos cuando abrimos nuestras redes. Los veredictos tan llenos de "verdad" con base en el rumor, las creencias, los miedos y los deseos populares lejos de sumar a la discusión constructiva sólo abonan a lo que Grayling define como "la corrupción de la integridad intelectual" que, sin duda, daña el tejido estructural de la democracia.
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