Hace unos años, Nuevo León experimentó una situación de violencia extrema hasta entonces desconocida. Robos de autos, bloqueos, secuestros, asesinatos y extorsiones a particulares y negocios fueron expresiones cotidianas de esta violencia social. Los nuevoleoneses reaccionaron con estrategias como cerrarse, encerrarse y desplazarse, para continuar con sus actividades.
La situación de violencia derivó en miedo y éste estuvo detrás de medidas cautelares; el abandono de casas de interés social en el municipio de Juárez (40 mil en 2013) es un ejemplo de ello. Las fiestas en casa y el abandono de la vida nocturna fueron consecuencia de balaceras y robos a mano armada en bares y restaurantes. Además, se prefirió vivir en conjuntos habitacionales cerrados; asimismo, se optó por la convivencia solo con amigos y familiares, pues se sospechaba de vecinos y desconocidos. Se colocaron bardas en calles de colonias abiertas para impedir el paso a personas ajenas al lugar.
Algunas pequeñas empresas y comercios prefirieron cerrar a ser objeto de extorsiones, y otros optaron por ofrecer sus servicios a domicilio. La violencia-miedo también tuvo efecto en las universidades, con el retorno de estudiantes foráneos a sus lugares de origen, el recorte del horario nocturno y la revisión exhaustiva de quienes ingresaban a sus instalaciones.
Pero los ciudadanos también tomaron acciones encaminadas a hacer comunidad: se reunieron en juntas vecinales; crearon grupos en redes sociales para avisarse tanto de los peligros, como de las actividades comunitarias; esto generó un clima de apoyo mutuo.
La percepción de una vida mejor, lejos de la violencia social de esos años –que no necesariamente es real, pues los crímenes siguen siendo el pan de cada día–, lleva a plantearnos que siempre es preferible hacer comunidad que vivir con miedo. Una participación más activa de los ciudadanos y la convivencia mutua son formas más inteligentes de enfrentar la situación que vivimos y padecemos.
DRA. REBECA MORENO ZÚÑIGA
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