Las condiciones que se dieron antes de la Revolución francesa son en algún sentido parecidas a las que acontecen en México. La sociedad de Francia estaba dividida entre los aristócratas, el clero y el resto de la población. Los dos primeros no pagaban impuestos, mientras que los terceros pagaban una variedad de éstos. Como era de esperarse, los aristócratas y el clero llevaban una vida de lujos y había leyes que les garantizaban condiciones ventajosas para mantener el poder político y económico. En cambio, buena parte del resto de la población vivía en la pobreza o en la pobreza extrema.
En México, según Coneval, existen más de 53 millones de pobres, mientras el gobierno señala que no se pueden aumentar los salarios porque no aumenta la productividad, olvidando que desde los años ochenta el salario está atado a la inflación esperada. Los impuestos aumentan, pero no hay una correspondencia con la eficiencia y eficacia del gobierno para mejorar los servicios públicos que a diario afectan la vida de quienes los pagan, entendiendo que las decisiones sobre cómo utilizarlos condicionan la vida colectiva.
En este sentido, son ingresos que en parte han servido para mantener las crecientes capacidades monetarias de la aristocracia política, para tapar la corrupción o destinados a resarcir algunos de los errores cometidos por burócratas de élite, que, cabe señalar, ocupan muchas veces esos puestos por su devoción al jefe y no por sus conocimientos y habilidades para llevar a cabo cierta tarea escrupulosamente. Por tanto, una buena parte de lo recaudado se desperdicia, cuando podría ser destinado a generar avance tecnológico o proteger de manera minuciosa los recursos naturales del país, dos situaciones que ayudarían a mejorar las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, últimamente se pondera como logro de este gobierno el crecimiento del PIB, una medición que no considera la contaminación o destrucción de los recursos naturales.
DR. JOSÉ RAÚL LUYANDO CUEVAS
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