Abrazo fraterno a Lázaro y al Ingeniero Cuauhtémoc por la pérdida de doña Celeste Batel
Otro tema internacional se nos cruza en nuestra zarandeada política interior: Belice. Ya estamos en un mundo crecientemente interconectado, donde cualquier política o acontecimiento internacional afecta, de una manera o de otra, en la condición de nuestra convivencia nacional, e incluso local, mucho más de lo que estamos acostumbrados a ponderar como algo propio.
Pues ocurre que ahora Belice está interesado en que el Tren Maya llegue hasta su territorio para beneficiarse de la promoción turística que conlleva, para sus costas y sus espacios arqueológicos poco conocidos.
Belice ocupa el territorio fronterizo al sur de nuestro estado de Quintana Roo, específicamente desde la Bahía de Chetumal, con la que tiene una intensa convivencia; con la costa hacia el Mar Caribe.
Fue en la época clásica (años 800-1500 de nuestra era) parte integrante del territorio Maya y conserva importantes sitios arqueológicos de esa cultura, así como una reducida población originaria maya.
Durante la época colonial, Belice formó parte de la Capitanía General de Guatemala (de hecho: la actual República de Guatemala seguía reclamando formalmente su territorio).
A partir del siglo XVII el prepotente Imperio Británico, que poseía entonces importantes islas del Caribe, por la vía de los hechos estableció en la costa beliceña emplazamientos para entresacar de sus selvas cerradas troncos de maderas finas de caoba y cedro rojo (cedrella mexicana), utilizando los robustos brazos de esclavos negros, algunos ya nacidos en Jamaica (los “chumecos”).
Inútiles resultaron los reclamos del decadente Imperio Español y después de la naciente República de Guatemala.
Hoy Belice, con 23 mil kilómetros cuadrados y 350 mil habitantes, de vida bilingüe, es un Estado independiente, miembro de las Naciones Unidas. En la nueva capital: Belmopán, construida en años recientes al interior del país, existe todo un barrio de inmigrantes salvadoreños agricultores (“Salvopán”) que producen dos tipos de frijoles: los chiquitos negros para autoconsumo y los grandes rojos, del gusto de la población de origen africano-caribeño.
Su gobierno, certeramente, vio en el avance del proyecto del Tren Maya una oportunidad de engancharse “en el último vagón”; y ya ha iniciado gestiones para contar con el último ramal hacia el sur. Cuenta para ello con importantes ventajas comparativas que ofrecer.
Ahora, además, las circunstancias demográficas en la región podrían resultarle altamente favorables si los planes de Joe Biden y las propuestas del Presidente de México sobre migrantes lo incluyen en el proyecto de “retención poblacional” en América Central a partir de oportunidades de empleo auténtico.
La integración económica y social regional tendría, sin duda, una nueva modalidad, incluyendo actividades ecológicas de repoblación forestal y de turismo masivo; en las costas y al interior y con la modalidad bilingüe de atención a los visitantes.