La democracia se basa en el conflicto, coinciden algunos teóricos priorizándola como el método justamente para dirimir las complicaciones de una sociedad plural en asuntos públicos. Aquí aparece una segunda condición para la propia democracia, la pluralidad de la sociedad y evitar considerarla una cosa única, monolítica, uniforme, una masa. Una sociedad plural en donde todas y todos quepamos y tengamos el mismo derecho a establecer nuestras preferencias, nuestra visión del mundo y las alternativas para llegar a acuerdos.
Una tercera dimensión es un entramado institucional y legal que permita y propicie lo anterior, la diversidad de las opiniones y los mecanismos para que los conflictos puedan resolverse de manera pacífica; la única manera en que el poder puede transmitirse garantizando que no hay derramamiento de sangre, decía Popper, quien alertaba de los enemigos de una sociedad abierta, fundamental para que la democracia se instaure.
La nuestra sigue siendo una sociedad manchada por prejuicios y excesos de los que debemos alertarnos y corregir, no es cultural ni jocoso ni de broma los comentarios sexistas y homófobos que circulan por todos lados y que se minimizan como si fuera cualquier cosa. Estamos hablando de verdaderos instrumentos de odio, de un odio latente en lo más profundo de la sociedad, un odio no tan oculto que ya hiere, lastima, viola, golpea, mata. El odio por lo más elemental es quizás su manifestación más peligrosa, un odio que radica en el simple hecho de ser y que domina y ejerce su poder destructor por lo absoluto, llano y avasallador de querer anular al otro para imponerse como el único que, de manera absoluta, llana y avasalladora puede ser. Un modelo de persona que choca y reta a la pluralidad de sociedad y cuya resistencia, insisto, se basa en el odio, en la negación del otro como condicionante para definirse a uno mismo.
Conozco a Christian Dennis desde hace tiempo, siempre he pensado que sus convicciones mueven todo su ser y lo hacen posible en toda su complejidad y valor que da a quienes nos rodeamos de su presencia, ejemplo y valor. Lucha y con esto se expone como los que optamos por desempeñarnos en la arena de lo público, pero su lucha es más peligrosa por el odio que se profesa a la comunidad LGBTIQ+ por parte de sectores que rechazan que las cosas han, afortunadamente, cambiado y todavía hay un largo trecho por delante. Los grandes avances en materia legal y de política pública que se han asentado para que todas y todos vivamos en paz y con seguridad han sido, en gran parte, gracias a la persistencia de colectivos y activistas entre los cuales se cuenta a Christian Dennis. Recientemente decidió incursionar en la arena electoral e inmediatamente después comenzó a recibir en sus redes sociales amenazas y mofas que atentan contra su dignidad e integridad, cobardes detrás de un teclado y un supuesto anonimato lanzan sus palabras como puños que lastiman y hacen posible una agresión física y acercan a situaciones de peligro.
Palabras como puños, incitaciones al odio, esa cosa irracional que rechaza nuestra humanidad y todo lo ello conlleva. Un odio que debe erradicarse y que reclama acciones inmediatas del Estado para derrotarlo con la ley y con la razón, con las instituciones y leyes cuyo mero origen está en garantizar nuestra vida y lo que nos hace vivirla. No podemos llegar a un proceso electoral con estas muestras de odio que ya han cobrado vidas, con tomarlo como una cosa incidental o que merezca el mínimo de atención. Reclamemos para todas y todos estos derechos para aceptar los conflictos que nos mueven y solucionarlos de manera pacífica, con el mecanismo que nos hemos inventado para ello, con la democracia, que no puede ser manchada por las expresiones de odio contra quienes son atacados por luchar por sus derechos y con eso, los de todas las personas.