La ciudad sigue convulsionada en un ambiente de violencia que, lejos de ceder, se recrudece. Los números en su interminable danzar por mostrar una tranquilidad que no se percibe se empeñan, en voz de las autoridades en un reclamo por intentar, cada vez más insistentemente y sin éxito, decirnos que las cosas van mejorando.
Habría qué pensar por qué si las cosas van mejorando es que alrededor nuestro existen muestras que nos dicen lo contrario. La llegada de elementos de fuerzas armadas al AMG ha pintado de verde las calles en una normalización que no acaba de ser. Ceder la seguridad a elementos castrenses es una señal de que estamos siendo rebasados y que los esfuerzos, por más fuertes que sean no son suficientes y requerimos una fuerza de reacción más contundente y letal.
Si las cosas van mejorando no veríamos en las noticias todos los días notas que reportan una cantidad alarmante de ejecuciones y descubrimiento de cuerpos en casi todos los municipios. Si las cosas van mejorando no viviríamos en un estado de shock permanente, donde el miedo marca la pauta y nos muestra, como por ejemplo, la reacción que hubo el fin de semana en que un guardia de seguridad privada detonó su arma por accidente y generó paranoia entre la ciudadanía, y motivó al gobernador a que usara sus redes para regañarnos nuevamente, porque nos asustamos en vez de aplaudir, porque las cosas van mejorando.
Si las cosas fueran mejorando no nos hubieran dicho que enero fue el mes menos violento del sexenio cuando los propios datos oficiales dicen que fue todo lo contrario. Son números que danzan por imponer una verdad que no sucede en las calles y en la cotidianeidad. Son números, que representan una tragedia personal, una tragedia que impacta a familias enteras, una tragedia que nos debe dañar como sociedad y nos debe herir y a motivar a exigir.
Pero en fechas recientes vimos una tragedia en Tlaquepaque que va más allá de lo normal, en el plazo de dos semanas perdieron la vida quince personas en distintos hechos, todos violentos, todos con desenlaces horrendos. Durante el fin de semana, ocho personas fueron atacadas, siete de ellos perdieron la vida, de entre 14 y 15 años y algunos mayores de edad. Una menor más de quince años sigue en estado de gravedad. Tlaquepaque ha sido azotado por una ola de violencia en las últimas semanas sin que las autoridades municipales, al igual que en otras latitudes, tengan la posibilidad o capacidad de acción para tranquilizar sus localidades. Por la gravedad de los hechos es que se reforzó la seguridad con fuerzas armadas.
Se trata de una tragedia que reclama la atención y el horror de una sociedad que busca en la normalización una anestesia y desinterés que lastima y contribuye a la impunidad. Esta misma semana descubrimos la otra parte de las tragedias: 91% de los asesinatos de este sexenio se han mantenido impunes. Se trata de 11,691 muertes violentas para las que se integraron 8,635 carpetas de investigación y de las que solamente se han sentenciado a 669 de carácter condenatorio.
Es una impunidad tal, que permite que se mate y se garantiza que no pase nada.
La tragedia en Tlaquepaque lleva consigo la atrocidad de una posible repetición, de que un nuevo hecho violento nos llame la atención y sea, lamentablemente superado por algo más, por un problema que prevalece y se recrudece en su magnitud, frecuencia e impunidad, en una danza de números, una estadística militante y una realidad que nos sigue rebasando.