Volvió a arder La Primavera. Peligrosamente, la columna de humo se vuelve parte del paisaje en estos meses, la noticia se repite, la queja un lugar común. Vendrán, incluyéndome entre sus emisores, los lamentos sobre la pérdida de los espacios naturales, del pulmón de la ciudad, de uno de los pocos reductos de una ciudad devorada por el pavimento, caliente, caótica. Pero pasará, como todas las malas noticias y estaremos pronto instalando esta crisis en nuestra normalidad. La costumbre de vivir como no deberíamos.
Ardió La Primavera y de nuevo hay que reconocer a quienes combaten al fuego. Algo de mítico hay en enfrentarse a los elementos, en poner el cuerpo, en combatir el desastre. Claro que habita el heroísmo en quien extinguió el fuego y claro que merecen el reconocimiento. Pero, ¿deberíamos exponerle siempre a esta necesidad, a ese codo a codo contra un enemigo reiterado, a una batalla dispareja contra un fenómeno que siempre les encuentra en desventaja? Hoy hay dos personas heridas, con familia, con dolores, con su propia tragedia y dejarlos en el ámbito de la poesía también deshumaniza la condición que como sociedad les hemos delegado y la responsabilidad del gobierno de diseñar modelos que eviten estos escenarios.
Por eso no hay que perder de vista que quien gobierna es responsable. Y no es una declaración simplona de oposición. Cada sexenio se disputan los lugares con muchos recursos, con fiereza y hasta trompicones para justamente asumir la responsabilidad de resolver los problemas. Estamos ya en la madurez del sexenio y no caben las culpas del pasado, las responsabilidades individuales, los discursos en cámara de resonancia. El bosque y Jalisco pierden hectáreas y funciones naturales, no discursos ni contraposiciones partidistas. Se necesitan hechos, estrategias y soluciones.
Hoy más que nunca cabe entonces preguntarse, ¿qué demonios es el Fondo Verde que se vendió como panacea, en dónde y cómo se están ejecutando sus recursos? ¿Cuándo vamos a ver sus resultados? Hoy es La Primavera, pero son en realidad también los cambios de uso de suelo en silencio, los ayuntamientos cómplices en todo Jalisco y juzgadores militantes de la causa inmobiliaria. ¿Cuándo, desde el liderazgo que solicitaron en las urnas, veremos un plan de estado para resguardar nuestros mínimos vitales de recursos naturales?
Válgame la metáfora facilona, pero lo que se está quemando es precisamente nuestro destino como sociedad que pueda sustentar su existencia. Hoy urge que comencemos a actuar por eso creo que debemos comenzar a exigirle y vigilar, desde nuestros respectivos espacios, que los ayuntamientos regulen con perspectiva de desarrollo sostenible los planes de desarrollo. Cuidar particularmente que no se hagan cambios súbitos, vigilar los desarrollos y evitar que por omisiones o falta de actualizaciones, particulares puedan conseguir que el poder judicial les permita ganar a la mala.
Otra cosa urgente es que el Bosque de La Primavera deje de ser motivo de posicionamientos huecos y se convierta en política sustentada. Hoy su OPD no cuenta con los recursos necesarios para su funcionamiento. En el presupuesto se muestran las prioridades, no en los tweets; hoy hay un gobierno con mayoría legislativa que ha sabido usar para el reparto de cuotas, pero poco para proteger al bosque. Esta OPD es responsable de un área de 30 mil 600 hectáreas y este año cuenta con un presupuesto aprobado de 27.9 millones de pesos que, claramente resulta insuficiente para la magnitud de su responsabilidad.
Pero no solo se trata de dotar de recursos sino de, igual que el caso anterior, reforzar las atribuciones. El OPD del Bosque de La Primavera presentó un plan maestro desde su creación en 2001 y a pesar de que la norma exige que cada cinco años debe actualizarse, apenas se anunció que se llevará a cabo dicha acción.
Ni el bosque ni la ciudad son los mismos: de acuerdo con especialistas, el 55% del bosque ya ha sido quemado desde 2015 a nuestros días y parece que los ayuntamientos y el OPD siguen operando como si la ciudad fuera la misma que hace diez años que, coincidentemente corresponden a ese crecimiento exponencial y desproporcionado, que parece carecer de ordenamiento.
Además, la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial y su Procuraduría Estatal de Protección al Medio Ambiente parecen estar de brazos cruzados ante el problema. La secretaría, responsable de ejercer los programas del famoso “fondo verde” que se compone, entre otros, de los recursos recaudados por el programa de verificación responsable, tuvo un ejercicio nulo de este dinero el año pasado pues, a decir del propio titular de esta dependencia, la Secretaría de Hacienda estatal no les transfirió los fondos.
También es responsabilidad de esta secretaría el monitoreo de la calidad del aire, cuyas mediciones son inconsistentes o dejan de hacerse por las condiciones de las estaciones que datan de 1993 y cuya mejora ha constado de la ampliación a dos más en 2013, una en Tlaquepaque y otra en Tlajomulco. Otra vez, una ciudad que opera como se pensaba que era hace más de una década.
Hace más de una década Christian Laval y Pierre Dardot presentaron un ensayo sobre lo que llamaron “la revolución en el siglo XXI” e invitaban a replantear lo que significa la propiedad pública y la privada para cambiarla por una palabra ya conocida pero redimensionada, lo común. La idea parte de no considerar las cosas en función de quién las posea, usufructúe o ejerza, sino en cómo todo eso afecta a la colectividad. El humo que contamina nuestros pulmones carece de jurisdicción. Hay un sesgo natural entre lo que es público y compete completamente al Estado y lo privado que tiene una lógica de mercado. Salir de esa lógica de “propiedad absoluta” y de mercado es un punto de partida para pensar de otra manera. Lo común pues, debe redimensionarse. Común es aquello que requiere la participación de todos y cuyos efectos inciden en nosotros, incluso poniendo en riesgo nuestras vidas. Porque el bosque y la ciudad, los gobiernos y la ciudadanía, los problemas y sobre todo, la responsabilidad de resolverlos es justamente un asunto común y que debe abordarse como lo que parece ser: un riesgo para el porvenir, una amenaza a nuestra existencia.