Las imágenes daban muestra de la gravedad del asunto y, a pesar de una triste normalización de la violencia, llamó a la sorpresa e indignación de la población: un atentado contra elementos de seeguridad cobró la vida de seis personas y dejó heridas a varias más, se habrían usado minas terrestres, algo inusitado en el estado, algo que nos dice mucho hasta donde hemos llegado.
La escalada de violencia que todas las personas, de una u otra manera, hemos padecido en el estado, está alcanzando niveles incomprendidos o inesperados para otros tiempos. Los medios y la propia comunicación oficial usan términos antes exclusivos para situaciones bélicas para magnificar el difícil momento que vivimos: emboscadas, minas, actos de terror. El horror sigue siendo descriptible y la vara con la que medimos la inseguridad fue elevada de una noche a otra hace unos días en Tlajomulco.
Hemos señalado casi desde un principio, lo necesario que es replantear la estrategia de seguridad que se implementa, sus alcances dan la percepción de ser insuficientes a pesar de que los números digan otra cosa, acomodados de acuerdo a la narrativa, deliberadamente o no. Vivimos en un estado que podría ser el epicentro de una crisis de seguridad como no se ha visto en nuestra historia y debemos hacer algo al respecto. Todas y todos. Y para empezar, debemos aceptar la magnitud del problema. Las palabras dicen más de lo que significan, establecen el parámetro de la realidad que intentan plasmar para que otros la leamos y la hagamos nuestra: emboscadas, minas, actos de terror nos dicen que se cruzaron límites.
El lamentable suceso de Tlajomulco puede resultar en un antes y después de cómo se ha tratado el tema de la inseguridad y abrir paso a una alianza en que se incluyan los más sectores de la sociedad jalisciense que se puedan para atender lo que más nos ha dolido y marcado. La marcha del domingo, en que colectivos de personas desaparecidos acusaron de recibido el mensaje de las autoridades sigue clamando por jugar el papel activo que merece alguien que sale a las calles en búsqueda de respuestas y justicia. Alguien que toma las calles y grita y muestra la indignación que debería de contagiarnos a todos, que exige la empatía de los demás, que insiste en que el suyo es un problema de todos y que debe de involucrarse a quienes todos los días viven la angustia de no saber dónde están sus familiares.
Tenemos que sanar, mejorar las cosas y encontrar soluciones y debemos hacerlo juntos. Un Congreso que retome las legislaciones faltantes y, a nombre del Pueblo que representa exhorte a tomar medidas a la altura de las circunstancias, una administración capaz de atender las demandas con profesionalismo y sensibilidad, que escuche y parta del dolor que, compartido, llama a acciones nobles. Un sistema de justicia que luche contra sus propias inercias, que combata la impunidad en la que reposan las miles de atrocidades que vemos expectantes y cada vez más incrédulos. Una sociedad consciente de lo que pasa, unida, comprensiva, que demanda las condiciones mínimas para poder convertirse en una comunidad sólida que actúe siempre en beneficio del otro. Tenemos todo para intentarlo, es nuestra obligación hacerlo. Impulsemos una dinámica que revierta todo esto y nos ayude a sanar como sociedad, a darnos la paz y la justicia que todos aspiramos pero sobre todo, que merecemos.