Política

Día de las madres buscadoras

La festividad lleva en el nombre la consigna de su intención. La fiesta es el momento que apartamos de la rutina, ese efecto aplanador de la normalidad, el sinsabor de los días para dedicarlo a algo o alguien, la festividad se basa en que ese algo o alguien es la causa, la razón de una dicha que debe ser compartida por quienes amamos ese motivo, a esa persona. La fiesta es la época que nos damos a nosotros mismos para compartir en los demás el poco tiempo que tenemos para mantener presente la posibilidad de una añoranza, de la anécdota, del recuerdo que reta la mortalidad, lo finito que somos nosotros.

Pero la fiesta reclama una condición, la completitud de aquello que debe celebrarse, no se puede festejar algo que está incompleto, roto, herido. La fiesta reclama que la dicha que origina la celebración se mantenga de tal forma que contagie e incite, que todos seamos dignos de esa felicidad y atesorarla y protegerla con los lazos de la costumbre. El día de las madres es tal vez una de las celebraciones más sentidas de los mexicanos, cuestionada por los efectos de la mercadotecnia o de prácticas sociales anacrónicas, el 10 de mayo es un referente para el papel de las madres en un país donde muchas cosas, tal vez todas las cosas, han cambiado y trastocado la realidad hasta lo más profundo. México y Jalisco han sido tocados, violentamente, por una realidad en que las familias están incompletas, por los efectos de la violencia en sus más miserables expresiones, una realidad que nos echa en la cara que hay catorce mil personas que no están hoy con sus familias, una realidad en que cientos de madres, sin otra cosa más que la esperanza, dejan su vida atrás para salir al mundo a exigirle la forma de justicia más pura que puede haber, la del derecho a saber dónde están los suyos.

El movimiento de las madres buscadoras ha tomado una importancia en el país por el reclamo de justicia y tal vez, la indolencia de las autoridades por no entender una verdadera crisis de derechos humanos que no ha hecho sino escalar y recrudecerse con el paso de los años. Los esfuerzos, políticas, asignaciones presupuestales, leyes e instituciones dan pasos lentos y torpes ante la urgencia que representa que una persona, una sola persona se desvanezca de la faz de la tierra y simplemente no existan respuestas a una angustia que consume el alma. Los argumentos de las autoridades no convencen, a veces por la desconfianza por parte de la población, ganada a pulso y, de nuevo, porque no comprenden una crisis estructural. Empecinados por dar números se olvidan que detrás de cada una de estas cifras se encuentra en vilo la certeza de la vida de alguien, alguien a quien siguen esperando. Cifras que se esmeran en reducir el problema, en contar en fosas restos y darles nombres en lugar de pensar en que nadie, absolutamente nadie debe de faltar en su casa.

Las madres buscadoras rompen con esa torpeza de la burocracia, sin otra herramienta que la esperanza salen y se exponen al riesgo, a la revictimización, al señalamiento, a la persecución de las propias autoridades y, asumiendo su papel, buscan, buscan y siguen buscando a quien les hace falta. Es una ausencia colectiva porque se trata de un arrebato a una sociedad que ve, espantada todavía que poco se puede hacer, que poco se está haciendo, que el esfuerzo nunca será suficiente mientras se siga fallando en lo más elemental como no garantizar el que alguien regrese con los suyos. Tan solo el mes pasado en Jalisco se emitieron 148 fichas de personas desaparecidas, una cifra récord y que se suma a las 14 mil que siguen ausentes. En el periodo de la actual administración se han localizado 136 fosas clandestinas, ocho de ellas en apenas cuatro meses y diez días de este año; en las morgues de la ciudad se estima que la mitad de los cuerpos que se encuentran no han podido ser identificados y que aquellos que lo son se enfrentan al infierno burocrático e insensible de no ser entregados a quienes buscan respuestas y apenas puedan soportar el dolor de la pérdida.

Las madres buscadoras resisten este día y todos, desde el primero, dan una muestra de rabia, de temple y de verdadera lucha, son también víctimas de los crímenes que las obligaron a salir a las calles a buscar a sus hijos, son despreciadas y desdeñadas por gobernantes que, lejos de atender a su dolor, les responden con la fuerza policial que debe protegerlas, que debe protegernos a todos.

Me parece difícil pensar en una celebración, este día con estas circunstancias. Algo se ha roto dentro de nosotros y reclama empatía en los días tan complicados en que vivimos, en que la normalización de este mal ahoga la sorpresa y la indignación que debe incitar que tan solo uno de nosotros falte en una casa, en cualquier casa, un reclamo de justicia que hace imposible una celebración. Porque el dolor de sentirse incompleto no deja tiempo a ninguna fiesta, esa época que nos damos a nosotros mismos para compartir en los demás el poco tiempo que tenemos para mantener presente la posibilidad de una añoranza, de la anécdota, del recuerdo que reta la mortalidad, lo finito que somos nosotros.

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Ernesto Gutiérrez
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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