Saul Bellow (1915-2005) fue un premio Nobel que la academia reconoció prodigio literario desde el inicio, cuando comenzaba a publicar: inaudito ante el criterio abyecto que se aplica recientemente, aunque también conoció detractores que lo tildaban de frívolo. Kenneth Trachtenberg, la errática voz narrativa de Mueren más por desamor (Editorial Debolsillo), viaja de Francia a Estados Unidos (país en que surge el movimiento moderno) para estar cerca de su tío Benn, un prestigiado botánico entre diversos personajes, unos históricos e ilustres, otros inventados.
El carácter polifacético de Bellow queda expuesto adoptando el alter ego de Benno Crader, cuyo dominio de las plantas lo torna una eminencia en el ámbito donde, además de llevar a cabo minuciosos estudios del mundo vegetal, argumenta con sabiduría acerca de la vida. Utilizando una jerga engañosa, Bellow, fanático de la literalidad, dota a la imaginación de prodigiosas capacidades: un catedrático multidisciplinario y trotamundos, cuya especialidad resulta ser la morfología de las plantas y cavila acerca de su vocación interrumpida por convencionalismos sociales.
Cualquier tentación carnal parece una analogía botánica, de ahí el interés acerca de ella, como si la humanidad tuviera elementos vegetales. Bellow refiere a la sexualidad algo prosaico, dotándola de impulsos vitales que entrelazan historia universal y principios ontológicos. Erguida en una tradición sentimental donde las plantas “perfectamente estructuradas... sobre un mundo de rocas, surgen con tallos carnosos, respiran, abriéndose al exterior”.
Forzando el destino Benn eligió casarse. Apropiándose de atributos que corrompen sus convicciones sucumbe al letargo. Las relaciones humanas necesitan fundamentos, lo cual Bellow pone de manifiesto y Swedenborg llama mera naturaleza. El quid del asunto surge cuando confunde una azalea de satén por planta verdadera.