Los elementos que constituyen un relato perdurable suelen recuperarse para elaborar otros. Es el caso de La expedición al baobab (Siruela, Nuevos Tiempos) cuya autora, Wilma Stockenström (1933), parece inspirarse en el “árbol grande como iglesia”, mismo que admira El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.
Referente literario universal, J.M. Coetzee tradujo este volumen del afrikáans, describiéndolo como “una de las más alucinatorias y poéticas muestras de la condición femenina en la ficción posmoderna”.
La narradora, aturdida e insegura, niña esclava vuelta mujer, recuerda los derroteros que la conducen hacia el gigantesco árbol del África austral, donde lo amenazador no es la intemperie sino la memoria. El tiempo convertido en cuentas va rindiéndose. Parece época remota cuando las personas resultaban transacciones porque tenían amos, sin embargo ocurre. Ella narra los hechos que la motivaron a liberarse aunque no desdeña el cautiverio.
De existir en los confines de casas “cómodas e indolentes” opta por abrirse otro paso instalándose adentro del tronco hueco que tiene el baobab. Buscar un nuevo camino inicia convirtiéndose en la expedición hasta encontrarlo. Stockenström utiliza técnicas poéticas, enhebra lo lírico y lo épico logrando una trama que pretende digerir y dejar atrás el pasado. No cuenta el relato de una esclava que sufre la servidumbre o la desigualdad: sino el de una mujer arrastrada de circunstancia en accidente.
Entre paisajes, pueblos, animales y benefactores, pugna un círculo vicioso que la cautiva rompe comenzando el viaje interior que culmina en algo concreto: el baobab, último equívoco que afrontar y primera victoria que celebrar. La literatura sudafricana del siglo XX es Wilma Stockenström.