En la literatura hay escritores subversivos que exponen una realidad obscena y que, ignorada, resiste cualquier coyuntura. Es el caso del estadunidense John Cheever (1912-1982), apodado “el Chéjov de los barrios residenciales” por sus cuentos, condenados a la opinión de una clase privilegiada y decadente.
El sueño americano Cheever lo narra como pesadilla. Su vida estuvo llena de excesos e inclusive puede ponerse en cuestión que tuviera integridad moral, pero es cuentista indispensable. Para entenderlo basta con leer los diarios que escribió, controvertidos por argumentar temas sugerentes. Resulta obvio de dónde surge Falconer (editorial Debolsillo): un descenso “a los infiernos que celebra lo humano mientras busca el camino de salvación entre las tribulaciones del amor y la furia”.
Cheever escribe sobre la muerte con elocuencia e ironía, como alguien entregado a una labor poética que ejecuta el verso más bello. Desde la depresión hasta el alcoholismo, fue un autor esforzado en ser versátil, inclusive vulgar, pero capaz de dignificar al culto, bisexual y drogadicto Ezekiel Farragut tras cometer fraticidio. Este relato largo o novela corta, inequiparable a Crónica de los Wapshot, encubre igualmente un drama psicológico que contribuye al Premio Pulitzer.
De una intensidad que pocos acreditan, Cheever, igual que Farragut, hace todo para subsistir y contra cualquier pronóstico su existencia continúa. Pasa por cada círculo del averno que Dante imagina. Solo puede salvarlo algún puro, rudimentario y duradero sentido de la perseverancia. Azarosamente el encarcelado logra escapar. Sin embargo, nunca quedará liberado.
Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon