Hay algo hipnotizante con relación al peligro y la literatura que abunda en ejemplos: desde Julio Verne y los viajes del capitán Nemo, la invasión francesa de Rusia que relata León Tolstói y la Revolución mexicana que Mariano Azuela cuenta en Los de abajo, hasta cualquier otro título.
Los riesgos acechan: un mal de nuestro tiempo; sin embargo, no impiden vivir. Ocultos entre lo cotidiano, algunos son menos obvios y más personales, como en La Historia del Señor Sommer, donde su protagonista se adentra a un lago y elige ahogarse, o en Las tribulaciones del estudiante Törless, cuando Robert Musil afirma que uno es su propio infierno.
El hecho ficticio intriga porque nadie enfrenta peligros realmente: ¿qué marinero escuchará cantar Eneidas? ¿aparecerá Moby Dick mientras navega una embarcación amenazada con encallar? Y aunque gracias a la imaginación del escritor experimentamos aventuras, lo verdadero tiene un tono que no alcanza la ficción; es posible describir circunstancias riesgosas con lujo de detalle, emularlas, nunca.
Somos mortales, pero los textos brindan la posibilidad de lo imperecedero. Siglos después, La Epopeya de Gilgamesh ha inmortalizado al despótico rey Uruk y a Enkidu que, de inicio, debían enfrentarse pero consolidaron una amistad. Resulta necesario disponerse al conocimiento literario para asumir lo anterior o serán simplemente historias que, ignorantes de la gravedad, nos contamos una y otra vez.
Erandi Cerbón Gómez