Contra la neutralidad alzo la voz. Imposible e inmoral mantenerse al margen en una disputa como la que, en nuestro país, vivimos. Es preciso estar conscientes de que hasta las y los que, en los medios, dicen solo dar cuenta de los hechos o quienes se consideran apolíticos o se dicen apartidistas se ven obligados -en estos tiempos de definición- a tomar posición con su inacción, sus actitudes y gestos, sus palabras y sus silencios.
No será la del 2024, como tampoco lo fue la del 2018 solo una elección más en México. Un quiebre histórico, un punto de inflexión se produjo con la victoria de Andrés Manuel López Obrador. Si este proceso de transformación, pacífica, democrática, radical y en libertad continúa, se consolida y profundiza o si se da marcha atrás deberemos decidirlo ahora. Responsables seremos, todas y todos, por acción u omisión del rumbo que tome México.
Ante este enfrentamiento decisivo entre dos visiones, entre dos proyectos de Nación tan radicalmente opuestos y porque, como dice el poeta Gabriel Celaya “vivimos a golpes y apenas y nos dejan decir que somos quien somos”, es preciso “tomar partido hasta mancharse”.
La derecha conservadora mexicana, sabedora de que la estridencia ideológica, el discurso del odio, el miedo y la mano dura suelen ser rentables políticamente, ha roto las normas de la convivencia democrática. Luego de esos devaneos trotskistas con los que pretendía hacerse de las simpatías de sectores liberales ha vuelto al fanatismo y la violencia cristera.
A la nueva cristiada se han sumado, como era de esperarse, la alta jerarquía eclesiástica y el clero. Desde la televisión, la radio, la prensa y el púlpito se pontifica, se lanzan anatemas y se convoca a quemar en leña verde a quienes osaron decir que existen distintos tipos de familia, se atrevieron a llamarle a las cosas por su nombre y a consignar la historia del país sin usarla, como sucedió por décadas, como coartada para seguir sometiéndolo y saqueándolo.
Enfurecida, cegada por su rancio y anacrónico anticomunismo, con las herramientas “legales” que le brindó un ministro de la SCJN que opera a su servicio y sentencia por consigna, la derecha conservadora ha dejado sin Libros de texto gratuitos a las niñas y los niños de Chihuahua y amenaza con hacer lo mismo en Aguascalientes y otros estados gobernados por la oposición.
No llamaron los conservadores a corregir los errores en los textos; los condenaron sin haberlos leído. No se conformaron con ese llamado inquisitorial a arrancar las páginas de los libros; se los quitaron de las manos, violentando sus derechos, a esas niñas y niños que, por la voluntad de un partido, de una gobernadora y un ministro no tendrán instrumentos para aprender.
Imposible ante esta atrocidad no remitirse a esos tiempos oscuros, justo antes de la victoria del sanguinario Francisco Franco, cuando Cesar Vallejo escribía; “Si cae -digo es un decir- si cae España de la tierra para abajo, niños ¡cómo vais a cesar de crecer! ¡cómo va a castigar el año al mes! ¡cómo van a quedarse en diez los dientes, el palote en diptongo, la medalla en llanto!”. Inmoral, insisto, ante el repunte de la intolerancia y el oscurantismo no plantarse frente a la derecha conservadora y sumarse a la lucha para derrotarla, pacíficamente, en las calles, los foros públicos y las urnas.
México -se equivoca quien a eso se atiene- en nada se parece hoy a España, a Italia, a la misma Argentina donde por el desencanto, la desesperación y los errores de la izquierda triunfó la ultraderecha. Aquí la gente que, consciente y pacíficamente expulsó del poder a uno de los regímenes más autoritarios, represivos, corruptos y longevos de la historia moderna, quiere que siga la transformación y no le permitirá a los corruptos, a los conservadores, volver por sus fueros.