La guerra entre Rusia y Ucrania ha ocupado un lugar importante en los medios de información nacionales, más como noticia que como motivo para preocuparnos.
Total, la invasión de un gigante bélico, aunque enano en lo económico, a un país más pequeño y vulnerable del otro lado del mundo no debería afectarnos. ¿O sí?
Recordé la vieja fábula de la granja. Resulta que un buen día el ratón vio cómo la esposa del granjero extraía una trampa para ratones de la bolsa del mandado.
Preocupado, corrió a pedir auxilio a la gallina: -¡Gallina, la esposa del granjero ha comprado una trampa para ratones!- Con desdén, el ave le dijo: -¿Y a mi qué? Ese no es mi problema. Contrariado, el ratón fue a ver al cerdo y a la vaca con los mismos resultados.
El pequeño roedor, triste y frustrado, se encerró en su madriguera. Esa noche, la trampa se activó y despertó a la señora de la casa.
Al acercarse, se dio cuenta que no era un ratón lo que había cogido, sino una serpiente venenosa. Estaba demasiado cerca y no pudo esquivar sus colmillos, que fueron a clavársele en el brazo.
La mujer calló enferma con fiebres. El granjero pensó que la mejor forma de curarla era con un caldo de gallina, así que no dudó en cortarle el pescuezo.
Su esposa no mejoraba y los familiares comenzaron a visitarla. Ya eran muchos y para alimentarlos su marido tuvo que matar al marrano.
A los pocos días la mujer falleció. La concurrencia de familiares y amigos lo obligó a sacrificar a la vaca para alimentarlos a todos.
Los amigos del ratón no se percataron que cuando uno está en peligro, toda la comunidad lo está, aunque no parezca.
No hablamos el mismo idioma que los ucranianos, pero habitamos el mismo planeta.
Sin duda padeceremos todos consecuencias: desde el incremento del costo de los energéticos hasta las fallas en algunas cadenas de suministros.
Las guerras siempre alteran los equilibrios económicos y traen efectos negativos impensables.
Quizá no podamos hacer mucho desde nuestra trinchera, pero es importante que hagamos conciencia de lo unida que está la humanidad hoy en día y que, si miramos con indiferencia la tragedia del prójimo, no importa si sea nuestro vecino o viva del otro lado del mundo, tarde o temprano correremos la misma suerte.