En 1925, en un México que buscaba levantarse de las heridas de la Revolución, nació el Banco de México.
Fue la respuesta a un anhelo profundo: dotar al país de una institución que organizara el sistema financiero y que diera certeza al valor de la moneda.
Esa tarea, que puede sonar técnica o distante, en realidad toca la vida cotidiana de cada familia.
Cuando la inflación se desborda, el salario pierde fuerza, la mesa se queda vacía y el futuro se nubla. México lo vivió en carne propia cuando, en los años ochenta, la inflación superaba el 150% anual.
Fue entonces cuando aprendimos que sin estabilidad monetaria no hay desarrollo.
Por eso en 1994 se dotó de autonomía plena a Banxico y se le refrendó su único mandato: mantener a raya la inflación.
Gracias a esa conquista, generaciones enteras han podido vivir con un entorno de precios más estables, base indispensable para construir proyectos, planear, invertir y soñar.
Algunos hoy proponen un objetivo dual: que Banxico promueva no solo la estabilidad de precios, sino también el crecimiento económico.
La intención puede sonar atractiva, pero encierra un peligro: cargar al banco central con responsabilidades que no le corresponden.
El crecimiento depende de muchas piezas —la inversión, la innovación, la infraestructura, el Estado de derecho, la seguridad pública—, pero ninguna de esas piezas funcionará si el valor del dinero se erosiona.
La mejor aportación de Banxico al desarrollo es, precisamente, la estabilidad.
Como bien dijo uno de sus gobernadores, “la mejor política social es una baja inflación”, porque protege a quienes menos tienen, a las familias que gastan la mayor parte de su ingreso en lo esencial.
Hoy, al cumplir cien años, el Banco de México no es únicamente una institución financiera: es un símbolo de confianza nacional.
Cada moneda, cada billete que pasa por nuestras manos es también un pacto silencioso de confianza entre la institución y el pueblo: la promesa de que ese valor se mantendrá en el tiempo.
Cuidar la moneda es cuidar a la patria misma. Felicidades a Banxico en su primer centenario.
Que sean muchos más, sin distraerse de su objetivo esencial: garantizar que los sueños de los mexicanos tengan un suelo firme sobre el cual caminar.