Las burbujas son globos de aire hermosos y son frágiles. El calor y el viento hacen que se eleven hasta que, por fuerzas ajenas, se revientan. Las burbujas especulativas son similares: atractivas, se elevan por factores externos y terminan explotando.
Son tan dañinas para todos, que debemos estar atentos a su formación para evitar caer en ellas.
El primer registro que se tiene de una burbuja especulativa fue a principios del siglo XVII cuando los tulipanes, procedentes de Turquía, llegaron a Holanda, donde encontraron clima propicio para cultivarse y comenzaron a ser muy codiciados por la sociedad.
Su comercialización llegó a ser un gran negocio y cada vez más gente comenzó a comprarlos con fines especulativos hasta que el 5 de febrero de 1637, cuando el bulbo de tulipán llegó a venderse en el equivalente actual de 275 mil dólares, tronó la burbuja.
Ya todos tenían bulbos y nadie quería más. La gente entró el pánico. Se comenzaron a tratar de vender cada vez a precios más bajos hasta que, en pocas horas, valían lo mismo que una col de Bruselas.
En 1929 se reventó otra burbuja especulativa, pero esta vez con acciones en la Bolsa de Valores de Nueva York, que trajo como consecuencia la crisis mundial más profunda del siglo pasado.
Décadas más tarde, en la de los noventa, el apetito por invertir en empresas de internet creó la “burbuja de los puntocom”, que también estalló escandalosamente.
A principios de este siglo se creía que el precio de la vivienda no podría bajar nunca, por lo que personas de todo el mundo, principalmente de Estados Unidos, comenzaron a adquirir casas cada vez más caras, como estrategia patrimonial y los bancos a prestar a sujetos sin capacidad crediticia. Total, si no pagaban, se quedarían con los inmuebles, activos de gran valor.
La burbuja reventó, los precios se fueron al suelo y todos padecimos la crisis “subprime”.
Todos los casos de especulación masiva tienen las mismas características: hay un activo financiero que comienza a aumentar su precio por razones psicológicas o de percepción, sin un sustento real o razonable.
En momentos de tormenta económica, como la que padece el mundo, es cuando las burbujas son más vulnerables y tienden a reventarse con mayor facilidad. Así que estemos muy atentos y no vayamos a caer en una de ellas.
Es momento de cuidar nuestro patrimonio.