El tema de la violencia en los estadios deportivos, especialmente los de futbol, despertó recientemente el interés de los medios y se coló a la agenda urgente del legislativo.
Y no es que en México este fenómeno sea novedad, pues existen muchos casos documentados en nuestra historia deportiva; ni tampoco que contemos con la primicia: las muertes causadas por los desenfrenos de los hooligans ingleses, los ultras italianos y los barra bravas argentinos se cuentan por decenas.
Jean Jacques Rousseau, filósofo ginebrino, desde mediados del Siglo XVIII nos ofrece en sus tratados la explicación de este comportamiento: el ser humano no es sociable por naturaleza.
En su estado natural, nos dice el escritor suizo, el hombre vive solo y de forma independiente. Obra divina, es puro e inocente. Pero en algún momento se vio obligado a salir del aislamiento en pos de su auto conservación, azuzado por amenazas naturales.
Entonces la civilización se convierte en un proceso degenerativo, en el problema. Es el estado que saca a flote los bajos instintos de las personas.
Los estudios sobre los comportamientos colectivos del hombre han proseguido, hasta conformar una rama de la disciplina llamada Psicología de las Masas.
“La masa es intelectualmente inferior al hombre aislado”, afirma Gustave Le Bon, psicólogo francés y uno de los principales estudiosos del tema. Dichos estudios promueven la coexistencia de dos tipos diferentes de personas en una misma: el individuo aislado y el que forma parte de una masa.
Los miembros de una masa se autoalimentan y se contagian de un sentimiento omnipotente, impulsivo, excitable e intolerante, y dejan de tener conciencia de sus actos. La turba enardecida no razona al sentirse protegida por el anonimato que da la masa.
Lo que es de todos, es de nadie; lo mismo para la propiedad como para la culpa. Al no haber consecuencias, se desvanece el estímulo correcto para impedir que los instintos primitivos y malsanos salgan a flote.
Por eso celebro que los legisladores del Congreso de la Unión estén trabajando en reformar algunas leyes para endurecer las penas y ubicar a los agresores, aunque varios diputados de izquierda están en desacuerdo con el argumento de que las leyes respectivas ya existen y los delitos correspondientes están tipificados.
Ni las motivaciones ni las consecuencias son equiparables. Las probabilidades de que un acto vandálico desencadene una tragedia dentro de un estadio son infinitamente mayores que si sucediera en una calle desierta. Además, el hombre-masa y el hombre-aislado son diferentes y “tan injusto es tratar desigual a los iguales como igual a los desiguales”, escribió Aristóteles.
Penas más severas y registro personal de asistentes son un buen avance para erradicar la violencia en los estadios. Pero nada sustituye a la educación en casa y el ejemplo de tolerancia que demos a nuestros hijos.
Psicología de las masas
- Punto de Inflexión
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Enrique Martínez y Morales
Ciudad de México /