El pasado 29 de septiembre falleció el maestro Antonio Aceves Fernández. Su deceso a los 87 años de edad se dio en el santuario de discreción que eligió y construyó para vivir su fecunda existencia.
Al igual que su hermano don León, Antonio fue un abogado sobresaliente con un sentido y talento jurídico único. Nunca se encorsetó en el mundo del derecho. Su inquietud por el saber lo llevó a explorar el conocimiento de la filosofía, los fenómenos sociales y los acontecimientos políticos, que enriquecieron su profundo humanismo.
A pesar de que el ambiente político le fue cercano por razones familiares y profesionales, siempre le admiré su celo para salvaguardar y blindar su libertad de pensamiento, su vocación electiva de vida y su espíritu de crítica con plena independencia.
Siempre tendré la convicción de que, para predicar su libre albedrío, el maestro Antonio nunca aceptó cargo público alguno, y que, por amor a su autonomía, nunca fue parte de lo que Stefan Zweig denominó “el quebradizo mundo de la política”.
Su refugio y su templo fueron la docencia y la Universidad de Guadalajara. Más de diez años dirigió y formó generaciones en la Preparatoria 3. Su lucidez jurídica la ejerció como Abogado General en los rectorados de Enrique Alfaro Anguiano y Raúl Padilla López.
Una faceta que le era muy reconocida al maestro Antonio fueron sus destrezas deportivas. Fue campeón de natación, futbol, béisbol y, sobre todo, en el deporte de su pasión: el básquetbol, representando a la que fue su alma mater. Una de las prendas personales que más le distinguieron fue la de practicar el valor de la amistad.
Conocí al maestro Aceves en 1968 cuando llegué a Guadalajara a cursar la preparatoria y fui beneficiario de su sabiduría y generosidad ilimitada. Nunca olvidaré que en 1973, a mis 20 años de edad, el PRI me comunicó que yo iba a ser el alcalde de Tototlán (ese era el lenguaje de la época) y el maestro Aceves, junto con Ignacio Plasencia, me esgrimieron opiniones y razones de que sería prematuro para mi ese paso, por lo que intercedieron ante el gobernador Alberto Orozco Romero para irme becado un año a la Ciudad de México al ICAP que Reyes Heroles y González Pedrero habían fundado.
A mi regreso en el 74’, siendo aún estudiante, el maestro me invitó a su Prepa a dar clases de Historia y de Filosofía.
Maestro, siempre lo recordaremos.
Enrique Ibarra