La esperanza no es la alegría de que las cosas están saliendo bien, o el deseo de invertir en empresas que claramente van camino al éxito, sino la habilidad de trabajar por algo porque es bueno y porque creemos en ello.
Recuerdo que, de niño, jugaba con mis primos a construir un robot, soñábamos con crear un gigante de metal que nos transportaría en su interior a vivir aventuras lejanas, tomábamos partes de aparatos descompuestos, los juntábamos y por momentos realmente teníamos la certeza de que algo grandioso pasaría. Jamás construimos un robot, pero definitivamente trabajamos nuestra imaginación y con pedacería y fragmentos de aparatos descompuestos, nos mantuvimos entretenidos muchas horas e incluso días.
Muchas veces el camino en la vida es más apasionante que alcanzar el destino, sin embargo, en la mayoría de los casos los trayectos para alcanzar un destino largo, un proyecto, una meta, son largos y si dejamos de vivir y disfrutar el pasaje, trascurrirá gran parte de nuestras vidas con la expectativa de que algo suceda.
En los sueños idealizamos el desenlace, la meta, aquello que tantas veces imaginamos y resulta que dejamos de disfrutar el esfuerzo de alcanzarlo por el esfuerzo que implica conseguir lo deseado.
Generalmente, entre más complejo, difícil e inalcanzable sea aquel objetivo trazado, más se pierde la claridad de lo que inicialmente nos motivó, sin embargo, si el trayecto se disfruta y se vive con pasión, serán múltiples recompensas y enseñanzas las que se pueden ir cosechando a lo largo del andar.
Desde la religión, que nos plantea vida eterna a nuestra alma inmortal, la preparación profesional de un joven, el crecimiento de un ejecutivo en una corporación, el desarrollo de una empresa por un emprendedor, o tan sencillo como la esperanza de los padres de ver a su familia crecer, hijos, nietos, etc.
Si de noche lloras por el sol, no podrás ver las estrellas dice el dicho, pues así es la vida, un día a la vez e ir abrazando aquello que el destino nos pone de frente.
Aquellos días de encierro cuando el planeta entero se detuvo por una pandemia que ahí está, pero cambió, se modificó y evolucionó, ¿habremos nosotros cambiado al igual que aquel virus que la provocó?
El encierro de la pandemia fue un obsequio del universo para hacernos frenar, ya sean momentos de profundo sufrimiento, o de enorme felicidad, ni son definitivos y probablemente no sean los últimos, vívelos y abrázalos porque son tuyos y vale la pena.
El vivir de la expectativa de que algo mejor vendrá es algo muy seductor, atractivo y tranquilizador ya que nos vende la idea de que la ansiedad de la espera por algo superior habrá valido la pena, sin embargo, si cambiamos esa angustia por el disfrute de abrazar el momento, algo podría salir bien.
Si revisamos y nos damos cuenta de que en la gran mayoría de nuestros sueños, los desenlaces terminan siendo distintos, no necesariamente mejores ni peores, si no distintos y entonces comenzamos a hacer pequeñas revisiones de lo andado y comenzamos, sin perder de vista el gran objetivo, a vivir y disfrutar los pequeños instantes de felicidad, quizá, y solo quizá, encontremos esa magia de los matices que no son ni negros ni blancos, ni ruido, ni música, sin los espacios intermedios, el claroscuro.
Todo lo anterior nos ayuda a estar alerta de aquellos falsos profetas, políticos, gente nociva que nos ofrecen la esperanza de un mejor mañana, evitándonos el sufrimiento de tener que madurar, atravesar, vivir y disfrutar los espacios intermedios entre este momento y el de la felicidad.
“La esperanza no es la convicción de que las cosas van a salir bien, sino la certeza de que algo hace sentido, sin importar su resultado final”
Vaclav Havel