Fue imposible no advertirlos. Se miraban a los ojos, no se soltaban de las manos, los dedos entrelazados; flotaban en el apretujado vagón del Metro, en hora pico, cuando la gente está de mírame y no me toques, hazte p’allá, si tanto te molesta paga taxi, ya comadres: luego se besan; metiche: ni quien te la invite y ya te estás empinando. A tu hermana. Tranquilo, que también los grandotes se caen.
El tren avanza, se detiene, sale de la estación, para minutos que son eternidades: en el túnel los metronautas se cuecen, escurre el sudor por el pescuezo, la mochila cala en el hombro. El viaje es nalgas con nalgas, barriga con barriga. Se envidia a los que, sentados, platican, se besuquean las parejitas, otros leen, muchos duermen desmadejados: la cabeza cuelga entre las piernas, babean; los sueños de unos y otros entrelazados. Los comerciantes ambulantes ofrecen audífonos, galletas para entretener al hambre, carteras para credenciales y tarjetas de crédito.
Toda conversación es íntima en la multitud, y el hijo cincuentón recrimina a la madre septuagenaria que haya brindado más cariño a Bere, a Lupe, al Brayan y a Leonel que a él:
–Yo te daba gasto, ma: apoyaba para los útiles de la escuela, sus uniformes, el dinero para la comida.
–Pues sí, Morris, te lo agradezco y ellos también: eran los menores y tu papá desapareció, prefirió a la otra lagartona; apenas me daba abasto con tanto quehacer, la ropa que lavar, prepararles la comida, hacer el mandado.
–Pero ni siquiera te sentía tantito aprecio, eso se palpa y te deja un hueco de afecto que te descompone el alma, ma.
–Cómo quisiera que no fuera así, m’hijo, pero así fue y por eso te pido me perdones: con tu ayuda hicimos hombres y mujeres de bien.
–Y a cambio yo me chingué: sin dinero para mí, para llevar a una novia al cine, para tener mi cuarto propio y descansar como se debe. Nunca tuve un rinconcito para mí solo, nomás era el que acarreaba y nada a cambio recibía, ma.
–No te engañes, Morris. Siempre te tuve la ropa limpia, la cena caliente, bien blanca la sábana de tu sofá; le pedí a tus hermanos que no hicieran ruido, que te dejaran descansar; te conseguí una persiana para que pudieras vestir y desvestirte agusto, que no te vieran las vergüenzas los chamacos…
“En unos momentos más reiniciamos la marcha”… Una vez más el convoy se detiene. En una curva. La gente se esfuerza para no cargar a los demás, a otra gente. Entre la multitud, la privacidad se obtiene con los audífonos puestos y la música en formato mp3 a todo volumen. Se chatea con el teléfono apretujado contra el pecho, y se arman y desarman palabras. Y también hay platiquitas y besuqueos y escolares que celebran la proximidad de las vacaciones decembrinas, y diciembre se percibe ya en el ambiente, en las bolsas con motivos navideños, en suéteres y abrigos pues por las mañanas y al anochecer el frío se deja sentir y cuidado con los enfriamientos, que enfermarse cuesta caro.
–Morris: no seas rencoroso. Ya encontrarás una mujer que te quiera, con la que te entiendas y hagan su nidito y quien quita y hasta nietos me des, Morris: pero no me gusta sentirte apesadumbrado, como si nada en la vida te diera un poquito de alegría, un poquito de dulzor, Morris. Gracias a Dios, como quiera que sea, vamos saliendo: no es fácil la existencia, pero no te cargues de amargor: verás que en Navidad hasta unos romeritos habrá, con sus camarones secos y sus papitas cambray, con su toque de chocolate de Oaxaca: todavía me salen bien, aunque nos toque de a poquito, pero sabrosito. Con poquito se es feliz, feliz, feliz, Morris.
–No es que sea rencoroso: soy realista, pero no te culpo de nada, ma. Ni me pesó entrarle con todo para que tus hijos no se echaran a perder en el barrio, entre tanto vago, con el vicio muy a la mano. Pero a cambio perdí todo chance de alegría, no tuve tiempo para mí: todo ha sido pura chinga, y chinga y más chinga. Más la que falta.
–Uno tiene que buscarse la alegría, Morris: hazte a esa idea y algo pepenarás. Y en lo que pueda, aquí me tienes. Te echo la mano en lo que puedo, no te exijo lo que no puedas; estiro a lo más tu dinerito. Ya el mundo no es como antes. Mucho se nos ofrece, todo se nos antoja y para poco alcanza, pero aquí estamos: platicando. Otros pobres hay que ni se hablan, se dan mala vida, entre ellos se matan. Gracias a Dios nosotros seguimos juntos y nos respetamos. La llevamos bien con los vecinos y con la fiesta en paz.
–Tú porque no sales diario, ma. Ves las cosas con otros ojos, te quedaste en un tiempo que ya no es. Afuera todo jiede, te meten el pie para que no avances, tienes diario-diario-diario que estar a las vivas porque si te apendejas, te chingas. En la chamba, el otro día, dejé mi tupergüer en el fregadero del taller, luego de la comida. Y se lo llevaron. Todavía valía la pena. No puedo dejar nada a la mano porque no falta el caco, ma. Y en la calle, avispa, muy avispa porque no falta el gandalla, ma. Uno se cansa de esto, que dices que es vida. Y no es que sea inconforme, solo que no me llena.
El sudor los empapa. “En unos momentos más reiniciamos la marcha”… A unos silbidos se suman otros, y otros más. Luego el silencio se impone. “Quítate la chamarra y dámela, Morris: no te vayas a deshidratar”. El hombre ignora a la madre. “Ándale, no seas testarudo. Cuando salgamos de la estación te la doy de nuevo, no te vaya a dar un aire”.
—¡Que se la quite, que se la quite! —grita alguien perdido en la muchedumbre sudorosa.
—¡¡¡Que se la quite, que se la quite!!! —corean otros maldosos.
—No les hagas caso, Morris, y d’acá esa chamarra y el suéter también —insiste la mamá.
Pero Morris se resiste y bajita la voz pide:
—No hables fuerte, ma, que me avergüenzas: la gente siempre se entromete y más si les das motivos, ma: tente tantita cordura, que yo me aguanto la calor; mejor empresta tu botella del agua, que siento pastosa la boca y la garganta, tómale tú también: vaya a ser la de malas que se tarde mucho esto en avanzar y ya ves que con tantito se te sube la presión, ¿traes tus pastillas? Vayas a pegarme un susto
Morris y su madre. Se miraban a los ojos, no se soltaban de las manos.
* Escritor. Cronista de Neza