Sociedad

Domingo familiar

El abuelo siempre quiso una bicicleta, desde su más temprana juventud. Con gran alborozo vio cómo sus hijos aprendieron a montar aquella que en Polanco desecharon y fue a dar a la naciente colonia, nido de todas las carencias.

Los domingos permitía que sus hijos cogieran el vehículo y poco a poco aprendieron a dominarlo. Maldoso, estallaba en carcajadas cuando alguno de ellos caía y se levantaba escupiendo tierra y con la cara cubierta de polvo:

—Ónde voy a creer que no mantengas el equilibrio, m’hijo. Nomás es cosa de estar derechito, agarrar fuerte los manubrios y darle a los pedales. Sacúdete y vas de nuevo: casi lo logras, m’hijo, ya casi.

—Pero es que usted me suelta, dijo que me iba a agarrar y no fue cierto, nomás se burla y burla.

—Calmado, súbete de nuevo: casi lo logras, m’hijo.

Y ahí va de nuevo el chamaco: a zigzaguear por el descampado, y habiendo de sobra dónde caer, inevitablemente atina a la única zanja pletórica de aguas pútridas. El padre y sus demás hijos se carcajean hasta las lágrimas, mientras el aprendiz sacude el lodo adherido a su ropa y saca la cicla de aquella hedionda trampa.

A cubetadas de agua, bicicleta y ciclista pierden los restos de la ignominia. La madre le tiende una muda de ropa, previa advertencia al marido y vástagos:

—Ora ustedes se ponen a lavar los tiliches: han de pensar que aquí tienen a su bestia que no se cansa de estar friegue y friegue en el lavadero. Tú, viejo, te comportas como un escuincle, en vez que los enseñes andar limpios, endomingados. Ya ni la amuelas, caray.

En el patio, junto a la tina de agua que la madre pone a calentar bajo los rayos del sol, padre e hijos completan un baño a jicarazos y reciben las toallas.

—Se apuran a vestirse y nos vamos al mercado con su amá: yo invito los tacos de perracoa y los refrescos, pa que a la doña se le baje la muina.

—Hasta crees que con eso se arregla todo, viejo. Nomás haces que el hígado se me pudra con tantos corajes. Pero vamos, nomás me cambio. De pasada compro el mandado para toda la semana. Y se me peinan bien esos pelos de puerco espín, cochinos estos.

—Se llevan la bici pa que sigan practicando, nomás no la pierdan de vista o se la lleva el caco —advierte el padre—. Cierren bien la puerta o le salen patas a los tanques del gas.

Al pasar frente a la iglesia el padre ordena:

—Santígüense, maleducados, que es la casa del Señor. Y quítense los sombreros, chingaos, que es falta de respeto.

—Y tú con tus palabrotas quieres enseñarles a respetar —recrimina la madre—. Ni la burla perdonas…

—No las digo con mala intención —retoba el padre—. Es la costumbre.

—Pues así se acostumbrarán si les ponen el mal ejemplo. Nomás me sacas a tragar bilis, viejo: estaba mejor fregando tiliches.

—Véngase p'acá mi vieja, y deje de encaminonarse pa' que no se le amargue el taco.

En el puesto de la barbacoa esperan a que una mesa se desocupe. El padre intenta arrumacos para la madre, pero ella con firmeza lo rechaza.

—Quieto, que no estás en tu casa. ¿Acaso no te da tantita pena?

—Ni tantita ni muchita. Además, hoy toca. Mandamos a los chamacos al cine, ¿cómo la ves, vieja?

—Serénate y lo platicamos. Mira, se desocupó aquella mesa… Ustedes, mostros, cuiden esa bici. 

Emiliano Pérez Cruz*

* Escritor. Cronista de Neza


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Emiliano Pérez Cruz
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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