Sociedad

Bai-bai, poeta con cachondería y humor

Y érase la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, enclavada entre las de Economía y Derecho y la Torre de Ciencias, en la ciudad universitaria chilanga, ahí donde conocimos a Arturo Trejo Villafuerte y sus pantalones de mezclilla con peto y tirantes. Como Chico Che sin anteojos y güero de rancho.

Era de la colonia Bondojito y fraternizaba, entre otros, con Rafael Vargas, Roberto Diego Ortega, Víctor Manuel Navarro, José Buil, Daniel Carlos Gutiérrez, Juan Manuel Asai, todos poetas y el narrador y pintor Javier Córdova. Arturo escuchó la lectura de un texto mío en clase y me invitó a sumarme, sin más: me consideró amigo y me endosé a ellos: el Taller de Poesía Sintética, Taposin.

Asesorados por Gustavo Sainz iniciaban la revista estudiantil Tintero, cuyo encabezado prometía: “Eróticos somos y en el colchón andamos”. Causó revuelo entre los grupos socialmente comprometidos y “de izquierda gracias a Dios”, quizá por su tono escritural desenfadado, por el humor, la cachondearía y su tono de burla fresca y juvenil, que no ajustaba con el de los-comprometidos-con-las-causas-populares en los años 70 del siglo pasado.

Era abierto, y picarón con las muchachas, ya con experiencia laboral. Alegre, gustaba de la música afroantillana chisporroteante y tropical, buena para gastar suelas en el Molino Rojo —cabaret ubicado en la colonia Obrera—, en compañía de las ninfas del bosque urbano, luego de pasar la tarde libando en la cantina Nochebuena o en el bar Montmartre de la calle de López.

En Bellas Artes organizaba presentaciones de libros y coincidimos elaborando La Semana de Bellas Artes, semanario que pasó a otras manos que la llevaron a la ruina. Cuando Roberto Diego dejó la redacción de la revista Su otro Yo, propiedad de su padre, entró Arturo al relevo y juntos hicimos labores reporteriles y de mesa, y fuimos a los centros nocturnos de la ciudad con don vicente Ortega Colunga, director, en pos de flores bellas del ejido nocturno que posaran ante los fotógrafos Paulina Lavista, Nadine Markova, Anibal Antulo, y nosotros elaborábamos crónicas urbanas y cábulas pies de foto y seleccionábamos gráficos, nos codeábamos a nuestros veintitantos de edad con Rogelio Naranjo, Carlos Monsiváis, Helioflores, Renado Leduc, Pedro Ocampo Ramírez…

Más delante coordinamos las publicaciones del consejo que conjuntaba recursos para la atención a la juventud y nos divertíamos subvirtiendo el orden en la institución, yéndonos a comer y a beber como gente grande y a labores propias de nuestro sexo. Sin presupuesto, elaboramos una revista, un periódico y el “Muro de papel”, que pegaban en los vagones del metro. Incluíamos poemas y crónicas y reportajes “haikú”.

Para combatir los malestares gastricos y el estrés laboral, teníamos al centro de la mesa de redacción un frasco de Melox. La alegría con que trabajábamos llamó la atención e Intendencia nos tuvo en la mira; un día de junta con la directora de la institución, Seguridad allanó nuestro espacio, para sorpresa de Pili, nuestra auxiliar. Dictaminaron presencia de destilado de agave jaliscience en el frasco, en vez del antiácido. Pili dijo: mi medicamento. La suspendieron 30 días. Solidarios, le resarcimos el salario y le dejamos los días fuera “a cuenta de vacaciones”. Arturo la invito varias veces a comer “como era debido”. Si llovía, le daba un paraguas. Si salíamos tarde, la llevaba en taxi. Ella, feliz y el equipo a salvo. Todo un caballero con las damas, el querido Trejo.

Asistíamos a los cocteles que la Dirección de Literatura, creada por Gustavo Sainz en el INBA, organizaba en alguna de las terrazas de Bellas Artes. Arturo lograba que los meseros nos atendieran con especial devoción y acumulábamos en el piso copas y copas y rematábamos en la cantina Nochebuena de Luis Moya e Independencia, mientras los cabaretes abrían sus puertas.

En la revista Su Otro Yo que comandaba don Vicente Ortega Colunga compartimos la redaccion con Arturo, cuando Roberto Diego —hijo de don Chente— decidió dejar la editorial paterna. Con Arturo, José Buil, Sergio Monsalvo, Rafael Vargas, Fernando Figueroa, Gustavo García y Miguel Ángel Morales don Chente se entendía de lo lindo y el de la Bondojo y sus compinches ampliaron su catálogo de visitas a los palacios de la vida nocturna de los años 70 y principios de los 80.

La vida era generosa y don Chente le ayudaba; nos hizo posible convivir en la revista, durante comidas y sobremesas y desveladas, con personajazos de su generación, y nos acercó a Renato Leduc y a Huberto Batis, qepd, quien nos abrió las puertas de unomásuno y del suplemento “sábado” para publicar lo que se nos antojara, pero sobre todo crónica urbana en el diario, donde antes Humberto Mussaccio nos permitió participar en la sección “El ciudadano equis” y luego con materiales más extensos.

Arturo dio rienda suelta su pasión por la crónica y el tema del ejercicio sexual en hoteles del corredor erótico-libidinal Tlapan-Taxqueña, que nutrieron también sus poemas de Mester de hotelería. La crónica urbana contemporánea, con chadondería y humor, debe bastante a Trejo Villafuerte, quien a temprana edad definió su vocación, opuesta a la de su abuelo materno Panchito, quien pretendió que ingresara al Politécnico cuando adolescente:

“A mí me gustaba la danza, la música, la literatura, la historia, pero esas materias en mi familia —que eran gente del campo y quienes estudiaron e hicieron carreras técnicas: ingenieros civiles, arquitectos, contadores— eran cosa de ociosos o de putos, según decían”.

No erró en su vocación Arturo, Trejo o Tuyo, como varios lo llamábamos. La ejerció hasta la Universidad de Chapingo, y con Moisés Zurita, Rolando Rosas y Miguel Ángel Leal Menchaca promovieron el quehacer literario en una institución con añeja tradición. Ahora Trejo Villafuerte descansa ya; quién sabe si en paz, el muy inquieto: lo suyo era sembrar en clase, proponer, promover, impulsar, cosechar en el huerto de la literatura. Seguro por ahí sigue, dándole a la talacha, sin bajar la guardia, con todo el corazón (que grande lo tenía). 


* Escritor. Cronista de Neza

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Emiliano Pérez Cruz
  • Emiliano Pérez Cruz
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