Y sí, dice Cayito, a unas cuantas horas para que el año finalice: —No fue fácil pero hasta pantalón nuevo traigo, y mi camisa floreadita en invierno; cacles nuevos, chamarra rompevientos y bufanda: no me quejo, pudo ser pior. Tengo invitación para la cena y la botella de sidra que me tocó llevar. El guateque será en casa del Volován y rasparemos suelas hasta que el sol comience a calentar.
El trabajo abunda en fin de año para Cayito: un tambo de basura sobre su diablito, otro y otro para llevar hasta el depósito, y uno más, hasta que cae la tarde y cesan las actividades en el mercadito. La temporada afloja el codo y las propinas son más generosas.
Se encamina hasta su cuartucho en la vecindad y sobre la parrilla de la estufa pone una cubeta de agua a calentar: haga falta o no, habrá que darse un baño. Sube el volumen al radio: Mi negra ven a bailar/ la cumbia barulera;/ bailemos en altamar/ prendiendo cuatro velas…
Entre el montón de rastrillos acumulados encuentra uno con filo y lo pasa sobre las mejillas enjabonadas; medio se atora pero logra rasurarse. Del cúmulo de tiliches rescata una camisa con la botonadura completa. Da un trapazo a los zapatones mineros y ¡listo para la fiesta!
—Adónde tan rechinando de limpio, Cayito? Pa’ mi que tiene gallinita en el nido, si hasta huele a loción del Perro Agradecido, don.
—Hay bailongo de fin de año en casa del carnicero, Cande, y pues si invitan, uno va, nomás me falta pareja: usté dice si se anima…
—Pero si todavía falta para el asunto, anda usted muy adelantado, muy volado…
—Nomás estoy calando que todo cuadre, para no andar con faltantes a la hora de la hora. ¿Cómo me ve?
—Pues como siempre anda mugroso, ahora se ve medio raro. Pensarán que se le zafó un tornillo, a ver si no lo llevan al amansalocos; tenga cuidado, Cayito…
—Dónde piensa eso usté. Mejor péguese un baño, se arregla y nos vamos, y luego pus ai Dios dirá, y sí dice bien, obedecemos y punto. Cómo la ve, ya tengo la sidra que me toca llevar y con eso tenemos derecho a todo. Ya luego Dios dirá, digo yo…
—Olvídese del Dios dirá y lo acompaño, pero no quiero que luego ande de encimoso.
—Cómo pasa a creer eso. Sé portarme a la altura, pues. Ande a darse una desmugrada y nos vamos a buena hora, para no ser los primeros…
–Yo tengo una macetita de nochebuena que me regalaron y la llevaré a la esposa del carnicero, pa’ no llegar con las manos vacías. Pero si se va a poner pedo, yo ahí lo dejo, no voy a andar desvistiendo borrachos, ¿oyó usté bien?
–N’ombre, con esa promesa procuraré que me desvista sobrio, Cande. No son del diario esos regalazos…
–Mire, mire: pero si alueguito se me alborota, don. A la hora de la hora son puras promesas, ni que no lo conociera. Prende el boyler y luego lo deja enfriar. Así de hocicones son todos.
–Le juro que me portaré como usté se merece, con todo respeto. Nomás dos-tres tragos pa medio entonarme y ya. Si no, no me vuelve a hablar, cómo la ve.
–Difícil de creerle, peros pus es lo que hay. Eso sí: nomás se pone necio y hasta una tranquiza le acomodo. Que conste que sobre advertencia no hay engaño. Conste.
–Me corto uno y la mitad del otro si le fallo. Faltaba más. Verá cómo todavía sé cumplir mi palabra.