El movimiento que se está contagiando entre los universitarios de diversas instituciones en los Estados Unidos, quienes se manifiestan dentro de sus campus para expresar su contundente rechazo a la guerra entre Israel y Hamás, que ha generado consecuencias graves sobre todo para Palestina, lejos de ser perturbadoras, son signos de esperanza que podemos tomar como ejemplos para la construcción de la paz.
Muchas de esta manifestaciones han sido tildadas de “antisionistas” cuando en realidad, el telón de fondo que se deja entrever responde no a un balanza de grupos “pro” o grupos “anti” sino a un deseo legítimo de terminar con la guerra que, en pleno siglo XXI sigue azotando países y aniquilando personas.
Los jóvenes manifestantes han sido sometidos por la policía, algunos golpeados, otros arrestados y unos más expulsados; las universidades por su parte, han clausurado ceremonias de graduación, llamado a los cuerpos de seguridad para que desalojen sus edificios y han temido lo peor, pero todas estas muestras de temor solo han reflejado una verdad sospechada desde hace años y es que, las casas de estudio están muy lejos de formar jóvenes en la verdad y en la justicia.
Habría que cuestionar y hacerlo muy profunda y críticamente, a qué fuerzas están sirviendo y a cuáles dejando de servir porque cuando un acto que reclama justicia y paz se ve como un acto de rebeldía y se sanciona, estamos del lado contrario de la historia.
La paz es un anhelo común, pero si para conseguirla necesitamos asumir intereses políticos que favorecen a sólo a una parte que coincide con aquella que ostenta el mayor poder y el menor número de víctimas, ni la paz será posible ni podremos sostener la mentira por mucho tiempo, tal como las manifestaciones están dejando ver.
La educación es un arma poderosa que puede ser usada para bien o para mal pero que juega un papel muy importante en la construcción de la paz y lo hace generando mentes críticas y con sentido de justicia social.
La crítica, es decir, la capacidad para analizar a fondo los elementos que conforman un problema complejo, sus relaciones con otras posibles causas y efectos y la generación de dudas razonables sobre lo que parece haberse dado por sentado permite preguntar si lo que ocurre debería realmente estar ocurriendo o es fruto de injusticias contra las que deberíamos luchar con el firme propósito de erradicarlas.
Por su parte, la justicia social permite llevar la mirada hacia quienes sufren y padecen más, es decir, en la mayoría de los casos: víctimas inocentes.
Ahora bien, ambas, la conciencia y la justicia social son productos de una educación en libertad donde sin imponer, se logra crear el camino que conduce al autodescubrimiento y al descubrimiento de la libertad como potencia generadora de otras condiciones de vida, entre ellas, de la paz como posibilidad.
Cuando no se educa en libertad, en contraposición, la conciencia se oxida porque se acomoda y la justicia social se anquilosa en la auto mirada y la auto referencialidad.
Una Institución educativa que se jacte de formar a las próximas generaciones pero que acuse a sus alumnos cuando despiertan su conciencia y exigen justicia, es una vergüenza, sea cual sea y la dirija quien la dirija.
Es cierto que cuando la conciencia y la justicia social encuentran en los disturbios y en la violencia su forma de expresarse daña a otros en sus derechos y, por ende no son éticamente admisibles pero, si al manifestarse lo hacen de forma pacífica y exigiendo un bien mayor como es la paz, sin caer en bienes menores o individuales como es el tomar partido por un favorito, las manifestaciones son, no sólo válidas sino deseables.
Lo que necesitamos para dar pasos en dirección de la paz son jóvenes que, en vez de buscar caminos para el enriquecimiento propio, tengan conciencia social, sean empáticos y promuevan el fin de las guerras que tanto mal ocasionan.
Lejos de sancionar el movimiento de las universidades estadounidenses, habría que sentirse orgullosos de que esos jóvenes serán quienes sigan levantando la voz ante las muchas injusticias que se comenten día a día y que no son sólo la guerra y, que su audacia sea ejemplo para muchos que, confiados en nosotros mismos no somos capaces de ver más allá de las cuatro paredes que habitamos y donde nos sentimos seguros.