Seguir y atender adecuada y oportunamente una instrucción puede salvarnos la vida en determinados contextos, en otros, puede causar una calificación reprobatoria.
En el ámbito académico, saber leer, entender y ejecutar instrucciones en un examen, para un trabajo final, para una prueba de desempeño oral, etcétera, está resultando algo en extremo difícil. Cada vez es más frecuente que los estudiantes no entreguen el producto final esperado y aclarado desde el principio del curso o lo hagan pero no con los detalles solicitados. La consecuencia es evidente: o bien el trabajo no es si quiera acreedor a una calificación o bien ésta será considerablemente baja. El problema viene cuando, al momento de la retroalimentación se constata que, en efecto, la instrucción dada no fue atendida por falta de comprensión o por desidia.
La desidia es algo irremediable, al menos, en la educación superior. Recae directamente en la voluntad que se aleja del hábito y de la disciplina. Pero la falta de comprensión se relaciona, además, con la falsa premisa de que, dado que no se entendió, entonces se puede hacer lo que sea que se crea y, encima, reclamar que eso es lo correcto. Lo imperativo del argumento sobre lo que se creyó por encima de lo que se indicó es un problema serio que amerita reflexión.
Lo anterior es grave en todos los niveles y es preciso que reformulemos modos de inculcar la importancia de segur instrucciones y no hacer conclusiones precipitadas de algo que no se comprende. Pero aún hay algo más grave y es que este problema se extiende, también,a los profesores que estamos preocupados y quejándonos de que eso sucede en los alumnos sin darnos cuenta de que también nos sucede a nosotros.
Basta enviar una liga de zoom para una reunión dentro de dos días para que, el mero día, nadie la encuentre y todos, de último momento e incluso ya habiéndose empezado la reunión, sigan preguntando por la liga de conexión. Otro más: hay que registrarse a un evento y hay que hacerlo mediante una liga específica o bien escaneando un Código QR, se registran pocos y al momento indicado surgen comentarios: no sabía que había inscribirse, ¿cómo me inscribo? ¿qué tengo que hacer para entrar?
Parece meme pero no lo es, estamos ante un desvanecimiento no sólo de la capacidad cognitiva y de entendimiento del ser humano sino ante un declive total del sentido común y de la capacidad de ejecución de acciones simples.
Encontrar la causa de esto es lo primero: tal vez la flexibilización de muchos que terminamos cediendo ante el descuido del otro y al estudiante, aunque no entregó lo requerido, terminamos aprobándolo; al que no se registró, terminamos mandándole la liga por whatsapp, al que no la encuentra se lareenviamos de nuevo tres veces más. Esa flexibilización no está contribuyendo a formar personas responsables que asuman las consecuencias de sus acciones. De lo menos a lo más, debemos educarnos en responsabilizarnos y aunque quizá lopeor sea no poder entrar a la reunión o ser acreedor a una calificación reprobatoria, el hábito de aprender a segur instrucciones se irá creando poco a poco.
También creo que otra causa fue la pandemia y nuestra rápida e inesperada inserción a la virtualidad. La vida vivida a través de una pantalla no permite asumir responsabilidades, más bien, invita a la evasión: apagamos la cámara del zoom, preferimos los whatsapp por encima de las llamadas, y con ello terminamos encerrándonos en nosotros mismos sin ser capaces de reflexionar sobre lo que el otro recibe de nosotros en esa modalidad.
Lo virtual tiene enromes ventajas pero ante ello, sucumbe el encuentro personal de quedar afectados unos por otros; algo que es esencial para pensar nuestras acciones y asumir sus consecuencias.
Estamos viviendo tiempos complejos, re encontrémonos de nuevo desde el diálogo donde caben las preguntas y las interpretaciones, no las conclusiones precipitadas que sólo llevan a cometer errores. Es en ese encuentro cara a cara donde puede existir la esperanza de que una instrucción sea algo más que una interpretación subjetiva.