Los dos años de pandemia en México nos han enseñado una cosa: no existe la mínima empatía entre seres humanos y aunque nos esforzamos por tener paciencia y ayudar en lo que más se pueda, la realidad es que nuestra especie nos lleva a sobrevivir de forma individual por encima de otros.
Uno no va por la vida pensando en cómo ayudar a que a los demás no les de covid. Me queda claro que lo que anhelamos es no contagiarnos, no enfermar para evitar el tormento de estar de malas, con el riesgo de morir, de perder trabajo, alejarse de gente cercana, tener que ir al IMSS o a un hospital, entre otras maravillas de la vida moderna.
Parece que el tener que convivir en la actualidad nos acerca más a la zona de riesgo que a la de una tarde contemplación de la hermosa existencia en este planeta. Dejamos de lado el simple hecho de salir a respirar, porque ya no se puede siquiera hacer eso sino es con un cubrebocas.
Tramitar una incapacidad, pedir permiso para poder llevar un covid con dignidad, cuidarse antes que cuidar, recapacitar y reflexionar sobre qué hemos hecho estos dos años de nuestras vidas aparte de quejarnos y esperar a que pase, de forma mágica, la pandemia.
No se entiende este problema sin la participación de factores que influyen a diario en nuestras vidas y sus orígenes como lo son: la economía, los gobiernos, las decisiones internacionales, el precio de las monedas. ¿Quién gana y quién pierde con este problema?
Todas los cuestionamientos quedan superados cuando uno comienza con síntomas. Ahora tiene que concentrarse en poder sobrevivir, no sin antes, acudir a un sitio en donde hay más personas contagiadas y crear una gran y enorme burbuja de enfermedad. Requisito indispensable para poder seguir trabajando. Nada va a cambiar después de la pandemia. Eso es más que seguro.
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