La polémica en torno a la dirigencia estatal de Morena se ha vuelto el principal problema del partido en el gobierno federal, que en teoría tendría que ser la principal fuerza política en los municipios y el estado, pero no es así.
Tras realizar su Consejo Estatal el fin de semana en Pachuca, los coordinadores morenistas fueron congruentes con el galimatías de su dirigencia nacional y ante la imposibilidad de elegir a una cabeza local optaron por continuar como desde hace un año: sin nadie al frente del partido.
Morena en Hidalgo es entonces un colectivo de filosofía y letras, no un partido, ni mucho menos u instituto político, así lo quieren sus propios militantes y así parecen consentirlo quienes lo controlan desde las oficinas gubernamentales.
¿A quién le conviene que Morena no tenga un dirigente en Hidalgo?, a los demás partidos que aunque con poca fuerza, pueden establecer lineamientos y planes de trabajo de manera ordenada y más apegados a la ciencia política que al romanticismo revolucionario.
Por desgracia, la euforia morenista puede caer en desatino cuando al querer buscar un personaje visible que dé la cara ante las necesidades de la militancia no haya nadie para responder a quienes buscan apoyo y gestión social de un partido. Se supone que al final es uno de sus principales objetivos, servir al pueblo. Este próximo 1 de diciembre se cumplirá un año sin dirigente estatal en Morena luego de que Abraham Mendoza asumiera la delegación federal de los programas sociales desde donde se ha seguido controlando el partido y a sus integrantes.
Un nuevo presidente del comité en Morena daría certeza y seguridad a quienes han dudado en seguir apoyando el proyecto, no del Presidente, sino de los que encabezan los trabajos en el estado, quienes han generado que al interior impere la desorganización y no la colaboración.
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