A casi un mes de los resultados de las votaciones en Hidalgo, se percibe una especie de alejamiento entre actores políticos y sociedad civil.
Lo anterior es tomado por sectores como los empresarios, universidades, comités vecinales y los propios militantes de partidos que no resultaron ganadores, como un desinterés de hacer partícipes a todas y todos los habitantes de los municipios que tendrán nuevas administraciones a partir del mes de septiembre.
Mientras los problemas de los que tanto de habló en campaña siguen presentes (desabasto de agua, falta de recolección de basura, calles a oscuras, poca seguridad, imagen urbana deplorable, parques llenos de desperdicios, y más), la ciudadanía parece estar relegada a ser espectadora de los designios ajenos a su voluntad, pese a tener el poder que se ejerció con el voto.
En tanto los presidentes municipales electos se sientan a organizar agenda y equipos de trabajo, los habitantes de zonas como Pachuca, Mineral de la Reforma, Tulancingo, Tizayuca, Tula, Huejutla e Ixmiquilpan, que son las principales cabeceras que concentran la mayor parte de la población en el estado, no tienen más que las redes sociales y los conocidos cercanos al poder como la única vía para hacer escuchar su voz.
A la llegada de los nuevos gobiernos municipales, le está faltando la inclusión de los estudiantes, de los investigadores, de las amas de casa y de los profesionistas que todos los días salen a buscar el sustento.
No todo es operación política y en tiempos de transición, como a nivel federal, la muestra está en la conformación de un plan de gobierno como el que ya se planea con Claudia Sheinbaum y su equipo de trabajo, con mesas, foros y parlamentos, donde se ha incluidos la sociedad civil, los empresarios y las universidades.
Aquí el tema es saber si realmente importa la opinión de la sociedad y sus habitantes, o simplemente se deberá acuñarse a lo que se determine desde las oficinas y las mentes de quienes se miran superiores en el análisis de la planeación de un gobierno.
No hay que demeritar ni subestimar la participación del pueblo, quien al final es el que tiene la última palabra.