El PRI termina una era política de hegemonía en el estado de Hidalgo. Se oye muy simple, pero no es así. El bastión de bastiones del tricolor, dice adiós a una época de sexenios de un mismo partido que había soportado cambios en el gobierno federal, que no conocía la transición política y que siempre se ha formado dentro de una misma ideología, tanto del lado oficialista como de la propia oposición.
Decir que el triunfo virtual de Morena es parte de un mismo aparato priista, o que porque no se metió el gobierno estatal, perdió el PRI “por haber entregado el poder”, es muy burdo, es no entender el comportamiento social del voto, del sentido de lo que quiere y desea la gente en los pueblos y comunidades.
No basta dar y regalar, llegar y prometer, o hacerse el buen líder, el buen pastor que cuida del rebaño. La gente no quiere seguir a más personajes, al parecer, y por eso vota de forma masiva en todo el país por un movimiento, sí, del que se puede o no estar a favor, pero que se hace presente en la vida de las personas.
La era del PRI termina en Hidalgo plagada de polémicas, de sobresaltos, pone fin a un juego interminable en el que los 12 apóstoles se formaban uno tras otro a la espera de ser ungidos con la elección de la candidatura; si eso no es fundamentalismo político en extremo, entonces no estaban profesando bien su religión, su creencia de formar mejores ciudadanos y hacer de Hidalgo un estado próspero.
El PRI termina en Hidalgo sin un legado a la altura de los antecesores que estuvieron al mando de los documentos fundacionales, de las primeras enmiendas, alejados de todo reflector, refugiados en el parlamento y al interior de la discusión y el debate.
El PRI se fue de Hidalgo desde hace mucho; no es de ayer, viene arrastrando una debacle que comenzó hace tiempo.
Eduardo Gonzáleztwitter: @laloflu