Las múltiples crisis que se presentan en México son reflejo del envejecimiento del sistema político y gubernamental.
La aspiración real no es producto de una enajenación mental o de una programación neoliberal como se enuncia desde Palacio Nacional; es quizá la evolución propia de toda clase humana que se desenvuelve de acuerdo con las posibilidades.
Por eso el ostracismo ideológico al que se orilla a una buena parte de la sociedad, que no comulga o no profesa, o no está con el actual régimen, es la principal falla de un sistema que quiere todo bajo un mismo orden.
Por eso la inconformidad, las protestas, la rebeldía y todas aquellas expresiones que no hallan cauce en los parámetros de lo que se considera normal para quienes hoy administran el interés público. Así es en el gobierno federal, así es en los estados, así es en los municipios. Una sociedad que busca emerger y dar el paso a la modernidad no puede ser gobernada por la misma política de cada seis años, o por las mismas prácticas parlamentarias de cada tres años. Se requiere empatar las mismas causas y los mismos discursos para poder ir de la mano sociedad y gobierno hacia una mejor calidad de vida.
No vayamos lejos, mientras existan la desigualdad y la injusticia en casos que vemos todos los días, incluso a la vuelta de nuestras casas, frente a nuestras narices, no podremos llegar a buen puerto.
México se prepara para tres años cruciales que definirán su futuro inmediato y no importa a veces quién quede o llegue, sino las formas y las opciones que dejan para las nuevas generaciones.
El sistema político debe plantearse seriamente la renovación de sus metas y propósitos para poder tener una mayor claridad de las ideas y poder alcanzar lo que, de inicio es su verdadera aspiración, servir a la gente y garantizar las libertades.
@laloflu