Las reacciones tras el llamado del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, la noche de conmemoración del Grito de Independencia, a que muera el clasismo y el racismo en México, se pueden catalogar como tal, clasismo y racismo.
En redes sociales, tras el evento en el Zócalo de la Ciudad de México, se pudo leer todo tipo de contextos en donde por un lado se aplaudió lo hecho por el mandatario al referirse por primera vez desde el balcón presidencial de Palacio Nacional al eterno conflicto social de nuestro pasado, presente y futuro.
México nació como un país clasista, así nos enseñaron los conquistadores (al decirlo, estoy siendo racista), y llevamos 212 años tratando de no serlo, pero al final todos opinan en lo más profundo de sus pensamientos que el país estaría mejor si no hubiera pobres, sino hubiera que atender problemas y conflictos en comunidades originarias, si todo marchara como en ciudades de Europa, que solo vemos en fotos o películas y pensamos que allá no hay problemas como los de un mexicano.
Desde nuestros salones de clase, desde las reuniones de la familia, ya hay clasismo, ya hay racismo.
Cuando preferimos o hemos optado por ser amigo de un blanco y no de un moreno, cuando se nos ha hecho más agradable cortejar a una persona que luce mejor por su aspecto físico y no por su conocimiento o cuando minimizamos el pasado y las tradiciones como si se tratara de un cuento de ficción.
El poder económico, el capitalismo, el buscar una mejor calidad de vida a través del recurso monetario, donde quien más tiene es mejor tratado, ha enquistado el clasismo y el racismo en nuestras generaciones, y tendrán que pasar quizá otros 212 años para que México pueda verse de forma diferente.
@laloflu