Que si ya aparecía suficientemente sombría aquella generación de gobernadores priistas a los que Enrique Peña Nieto veía dotes de reformadores, con una visión moderna que salvaría México, con él como punta de lanza a juzgar por la célebre portada de Time, hoy ese grupo deberá contar entre sus tropiezos, unos presos y otros perseguidos por la ley, la ejecución del jalisciense Aristóteles Sandoval en un bar de Puerto Vallarta, acto calificado por Enrique Alfaro de “desafío al Estado”. Para empeorar el panorama, el negocio limpió la escena del crimen y no hay un solo detenido.
Que es por eso que resulta claro que donde no hay suspensión de actividades ni treguas ni sana distancia es precisamente en el crimen organizado y basta con echar un ojo a las cifras del secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, sobre decomisos al alza por ejemplo de cocaína, que se duplicaron de 2019 a 2020, aunque hubo otros aumentos poco usuales como la confiscación de 596 por ciento más de fentanilo y 155 por ciento más de metanfetaminas en el mismo periodo. En cuanto a detenidos en flagrancia delictiva, la cifra llegó a 20 mil 363.
Que acaso meditando sobre esa obra de Oscar Wilde titulada La importancia de llamarse Ernesto, el brasileño Mauricio Odebrecht ha tenido la ingeniosa iniciativa de cambiar la identificación comercial de su compañía, que se despojó del apellido del empresario y pasó a ser desde ayer viernes Novonor. Eso sí, adelantándose a las críticas después de seis años de un escándalo internacional que incluyó a México, aclaró: “No estamos borrando el pasado, pero es exactamente lo que es, pasado”.
Ah, bueno.