Wagnermaníacos, nuevamente es un gusto saludarlos en nuestra cita semanal para platicar no solamente de lucha libre, sino de muchos temas, muchas vivencias, que nos ocurren a ustedes y a mí cotidianamente.
En estos días de la llamada Semana Mayor, la reflexión es un buen ejercicio para valorar lo que tenemos, lo que el poder superior nos ha brindado a lo largo de nuestra existencia, en compañía de la familia, de nuestros seres queridos, los que están y los que se fueron.
Personalmente estoy recordando muchos pasajes de mi niñez, de la convivencia con mis padres, que me dieron las bases para convertirme en la persona que soy ahora. Recuerdo que fui un niño muy tranquilo, muy sereno y muy obediente, al grado que me apodaban El Osito; en ese entonces no pasaba por mi mente la posibilidad de convertirme en luchador. Todo lo contrario a mi hermano Silver King, que era más activo, más pilas, andaba de un lado a otro y eso le valió el mote que le puso mi padre, su Loquito, su Águila Real.
La convivencia con mi padre, Dr. Wagner, cuando era un niño, fue en medio de los largos viajes que realizaba, y yo siempre tenía la ilusión de que fuera a recogerme a la escuela, como lo hacían diariamente los padres de los otros niños. Y es que yo les presumía a mis compañeros que mi padre era luchador profesional y no me creían. Yo veía a mi padre como un atleta, como un monstruo, un hombre musculoso y quería compartir esa imagen con mis compañeros.
Esa visita ocurrió cuando tenía 6 años y es un momento que está en mi mente, una vivencia con la que sueño constantemente, hasta la fecha.
Bendecidos momentos de unión familiar, que ahora puedo compartir con ustedes; atesorarlos en mi corazón para tener presente que la vida pasa en un instante, que las personas amadas se van más pronto de lo que quisiéramos, que lo importante es vivir y disfrutarlos al máximo.
Con esa reflexión los dejó Wagnermaníacos, nos vemos la próxima semana y mientras tanto, espero que se encuentren... ¡Bien, bien, bien!
Twitter: @WagnerJrOficial