El presidente lloró el martes en la mañanera. Desde que comenzó la disputa con Carlos Loret de Mola por la famosa Casa Gris en Houston, solamente habían sido dimes y diretes, explicaciones a medias sobre los ingresos de su hijo José Ramón y la violación a la privacidad del periodista al revelar sus presuntos ingresos. Hasta que finalmente, lo hicieron llorar.
A López Obrador se le quebró la voz y se le asomó una lágrima al hablar de sus hijos, tan “bien portados” y que han aguantado la vigilancia a la que han sido sometidos por la vida pública de su padre. No dudo que la familia del mandatario haya pasado por momentos difíciles, obstáculos que superar y crecer bajo el escrutinio de la prensa “malvada”. Pero con todo y eso, me es difícil empatizar con un presidente que se empeña en ver en los reclamos ciudadanos la mano de sus enemigos.
Poco interés mostró por las víctimas de abuso y acoso de sus protegidos Félix Salgado Macedonio y Pedro Salmerón, porque con todo y las denuncias se aferró a respaldarlos.
Es el presidente de la gente, pero solo de la que le alaba, no de la que lo contradice, por eso decide hacerse el ciego y el sordo cuando las madres de desaparecidos le llevan “fosas” al Palacio Nacional y le reclaman la falta de avances en las búsquedas e investigaciones.
En los primeros días de 2022 han sido asesinados cinco periodistas en el país y, aún así, insiste en atacar a cualquier comunicador que le resulte incómodo.
La escalada de violencia en Zacatecas, Colima, Michoacán y la crisis de desaparecidos por la que atraviesan Jalisco, Tamaulipas, el Estado de México, Veracruz y Nuevo León, que concentran 70 por ciento de los casos del país, no merecen tanta atención y esfuerzo como defender a su hijo de 41 años.
El presidente lloró, se mostró vulnerable, humano. Su familia recibió un golpe más, ahora propinado por un periodista, cuya labor también ha sido cuestionada. La acusación del presunto conflicto de interés que involucra a su primogénito terminó por quebrar al líder de una transformación que solamente existe en el discurso. Ni los muertos, ni los desaparecidos, ni una madre arrodillada ante él, le habían sacado una lágrima. Para ellos, nada.
Dora Raquel Núñez
Twitter: @draquelnzx