A Ana y María José, que están por empezar un nuevo capítulo
Irónicamente, un colegio católico dirigido por una congregación de monjas fue el escenario del inicio del romance de Ana y María José. Un amor adolescente que terminó por la lesbofobia de ese entonces, y que diez años después pudieron retomar. Ahora están próximas a empezar un nuevo capítulo en su historia, cuando se conviertan en esposas.
Su boda de ensueño es resultado de décadas de lucha de activistas LGBTQ+ por abrirse espacios en la vida pública, tener el reconocimiento y la libertad de desarrollar sus proyectos de vida sin limitaciones legislativas y discriminatorias.
En diciembre de 2009 se aprobó el matrimonio igualitario en la Ciudad de México, pero hace apenas cuatro años que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó a los Congresos estatales modificar el Código Civil para que las personas de la diversidad sexual puedan casarse, y así acceder a los beneficios y protección que ofrece la unión civil; garantizando este derecho sin importar orientación sexual o identidad de género.
Nuevo León es el último estado en acatar la resolución de la Corte; con 23 votos a favor y diez en contra finalmente hicieron el cambio la semana pasada. Todavía falta que den ese paso en Chihuahua, Chiapas, Aguascalientes y Guanajuato.
Las movilizaciones de este Mes del Orgullo muestran que en el país cabemos todos los colores y eso debe verse reflejado en cada aspecto de nuestro entorno, incluso en aquellos en los que las tradiciones y los prejuicios van de la mano; como en Oaxaca, donde Adrián y Luis Fernando hicieron historia en mayo pasado al celebrar la primera boda igualitaria en una comunidad mixe o ayuuk, demostrando que la bandera arcoíris está presente en todas las culturas.
A pesar de la resistencia conservadora, México ha ido avanzando en la agenda LGBTQ+, y la legislación respecto al matrimonio igualitario es un paso fundamental en el camino hacia una sociedad más justa y respetuosa; porque al final, la vida, como el amor, es multicolor.
