Cinco jóvenes de Lagos de Moreno se convirtieron en noticia nacional en cuestión de minutos. Cinco desapariciones, de las casi 15 mil que hay en Jalisco y 100 mil en el país, acapararon los medios y redes sociales. Una fotografía y un video en el que se muestra la violencia de la que fueron objeto refleja la dura realidad de la violencia y la normalización de ésta en nuestra sociedad.
Motivados por el morbo y el amarillismo en el caso, el material comenzó a compartirse, y miles de usuarios se convirtieron en “agencias” de comunicación de la delincuencia organizada.
Hay que preguntarse: ¿por qué esta agresión, a diferencia de tantos hechos violentos que ocurren, fue grabada y publicada? ¿quién quiere su difusión? ¿para qué? ¿qué mensaje tiene este acto? ¿a quién va dirigido?
Criticamos la insensibilidad de las autoridades ante los hechos de violencia y la desconsideración con los familiares de las víctimas, pero no reconocemos esa falta de empatía al dispersar contenido ultraviolento y real, que en horas se convierte en un fenómeno masivo imposible de evitar en las redes sociales para un usuario común, mucho menos para los seres queridos de quienes aparecen en esas imágenes.
Además, detrás de una pantalla, cualquiera se atreve a emitir juicios sobre los jóvenes, como si ver esos segundos fuera suficiente para determinar qué ocurrió y señalar culpables, colaborando en la revictimización.
Es incongruente indignarse por las desapariciones, los asesinatos, los feminicidios y todos los hechos de violencia que ocurren diariamente en el país, y al mismo tiempo compartir este tipo de material que afecta la dignidad de las víctimas, da proyección a los delincuentes y fomenta su propaganda de terror.
Este hecho exhibe lo que hay detrás de muchas historias de desaparición que quedan archivadas y se van perdiendo con el tiempo; muestra la violencia que no vemos en las fichas de búsqueda de personas y la deshumanización de las víctimas al hacerlas parte de un contenido viral.
Ante tanta insensibilidad, tenemos que cuidar nuestra perspectiva, no olvidar que quienes aparecen en esas imágenes son personas, con nombres y familias, no material de consumo para ser debatido en las redes y la sobremesa. Juzgamos, sin darnos cuenta, que también somos parte del problema.