Envié a Notivox esta colaboración antes del segundo debate entre los candidatos presidenciables, por lo que a él me referiré en próxima ocasión.
Por lo pronto, reitero mi crítica al formato que se viene adoptando para tales eventos, por considerarlo burdo, absurdo y tramposo. Para hacer esta afirmación me bastan 3 argumentos:
1.- Por su propia naturaleza todo debate político es un combate, es el arte del ataque y defensa a través de análisis, propuestas, proyectos, imputaciones y reclamos; y si cada participante se esfuerza por triunfar, el único formato parejo y justo es aquel en que la competencia se da exclusivamente entre 2. No puede darse ese duelo o esgrima entre 3 o más, porque así es muy difícil lograr una dialéctica coherente y sana, sobre todo cuando varios lanzan casi todos sus ataques en contra de uno de ellos.
El derecho de todos los candidatos a debatir se puede satisfacer con debates sucesivos.
2.- Por respeto a la audiencia, los debates deben darse en no más de una hora (para evitar que resulten cansados y aburridos) suprimiendo, por supuesto, la idiotez de intercalar en ellos la llamada “interacción del público”, porque rompe la cadencia de la confrontación e inhibe el desarrollo de las ideas. Para la tal “interacción”, hay programas de radio y televisión en los que cada candidato puede responder directamente a los ciudadanos, con normas para rechazar preguntas insolentes o estúpidas.
3.- En el primer encuentro de los actuales candidatos el manejo de las cámaras de televisión fue tramposo. Es increíble que ni en ese aspecto, tan previsible, no se evitó el atraco en contra de Xóchitl Gálvez.
Si a esas y otras distorsiones en los debates se añade el uso propagandístico de muchas encuestas, hechas bajo pedido y paga, se prostituye gravemente la competencia electoral. Y esa trampa viene de lejos: Cuando fui candidato presidencial en 1994 me vio a las puertas de mi despacho el director de una conocida empresa encuestadora y me ofreció ponerme 5 puntos arriba del candidato del PRI, a cambio de 5 millones de pesos; le respondí que gustoso le daría el doble de lo pedido si en ese momento se iba de puntitas a tiznar a su madre.
Pero si además de esas indecencias padecemos una elección de Estado (como las de hace 30 años) se engañan quienes creen que al terminar este sexenio se acabará la debacle nacional; esto no es cierto: lo peor vendrá si no paramos en seco, con un nuevo gobierno, los odios, las mentiras, los saqueos y las traiciones de Tartufo y su secta cuatrotera. El 2 de junio hagamos con nuestro voto el renacer de México.
Pd. El vocero del gobierno, Jenaro Villamil, vinculó ridículamente a Tartufo con la Santa Muerte, fetiche diabólico de los criminales. Fue muy acertado, porque este sexenio ha sido un homenaje permanente a la muerte.