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Salud por Samuel Noyola

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Hace unos meses, en medio de este fúnebre año 2020, estuve a punto de morir. No a causa de un virus, sí por culpa de una moto sin frenos. El lugar donde ocurrió el accidente tiene un bello nombre: Las Adjuntas. Ahí convergen dos ríos pequeños que bajan de las sierras más imponentes de Nuevo León.

Tras salir del hospital, la primera noche de mi convalecencia en familia, recibí una inesperada llamada de Martha Támez, poeta a la que había conocido años atrás en mi búsqueda de otro poeta desaparecido. Sin ningún preámbulo, ella empezó a regañarme y exigirme que rompiera el vínculo maldito que tenía con un artista de nombre Samuel Noyola.

Martha no tenía idea de que su aparición —después de mucho tiempo de ausencia— ocurría en medio de una brutal experiencia, de la cual solo estuvo enterada la gente más cercana. O quizá sí lo sabía gracias a cierto instinto esotérico que surge en algunas almas bohemias y apasionadas como la de ella.

Colgamos llorando y después, en medio de drogas medicadas y dolor de lesiones, la charla con Martha me llevó a un trance en el que Samuel, ese poeta desaparecido que por años he buscado de varias maneras, se volvió una presencia cotidiana de mis devaneos de recuperación.

No hablábamos de Quevedo ni del Tarot ni de las musas ni de Octavio Paz ni de la Calzada Madero ni de las amistades traicioneras ni de La Coyotera ni de las rancias élites literarias ni tampoco de la guerra en Nicaragua... Mis charlas con Samuel giraban sobre padres que abandonan a sus hijos e hijos que se la pasan buscando un padre.

Tuve ganas de contarle el terror reciente que había sentido al estar cerca de la muerte junto a uno de mis hijos; en lugar de eso preferí oírlo declamar poesía de Yevtushenko, Beltrán Morales y Sor Juana.

Conforme avanzaba mi rehabilitación, la presencia de Samuel se desvanecía. Y cuando ya pude ponerme de nuevo de pie, el poeta había desaparecido otra vez.

Entendí entonces algo que me preguntaba hace tiempo sobre esta obsesión noyoliana.

La respuesta era clara como agua de Las Adjuntas: buscar poesía en medio de la barbarie es lo más dichoso de mi vida neolítica.

Por eso, hoy que se estrena en Netflix el documental Vaquero del mediodía, brindo por Samuel Noyola. 


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Diego Enrique Osorno
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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