Matamoros, Tamaulipas.- Un día antes de llegar me advirtieron que la tormenta tropical Fernand se acercaba junto conmigo a esta ciudad que da al mar del océano Atlántico y a la frontera con Estados Unidos.
Sin embargo, la abrumadora mayoría de los huracanes que arrasan cada cierto tiempo con pueblos y ciudades del vecino estado de Texas, como Galveston y Houston; o de Nuevo León, como Monterrey y Anáhuac, no suelen causar daños en esta esquina del noreste de México.
¿Por qué? Dice una leyenda local que un grupo de marcianos construyeron en Tamaulipas la base secreta Amupac, la cual genera un invisible escudo protector antihuracanes que protege a la región de los peores fenómenos climatólogicos y los desvía hacia los estados vecinos.
Algunos pobladores, entre sorna y lamento, se preguntan por qué el manto protector extraterrestre resulta incapaz de evitar la corrupción y violencia que azota al estado desde hace varios años: dos ex gobernadores presos por delincuencia organizada, decenas de fosas clandestinas descubiertas y ejecuciones extrajudiciales cometidas por policías y militares dan cuenta de la tragedia que sufren los terrícolas que habitan este lugar.
Más allá de la base extraterrestre, lo que sí es real —aunque también parezca de ciencia ficción— es que a unos kilómetros de aquí, del otro lado del Río Bravo, en la vecina ciudad de Brownsville, se encuentra el primer puerto espacial privado del mundo cuyo nombre es SpaceX (Space Exploration Technologies Corporation)
En la playa Boca Chica se construyó este lugar ideado por Elon Musk, el multimillonario creador del auto eléctrico Tesla S: algo así como el nuevo Steve Jobs en cuanto a innovación pero, si todo le sale bien por estos rumbos, a diferencia del inventor de Apple, el ingenio de Musk tendrá proporciones, literalmente, universales.
Hasta el momento, todo indica que SpaceX va por buen camino. Apenas el pasado 27 de agosto, en un ejercicio clave, despegó y aterrizó con éxito el Starhopper, un cohete de acero inoxidable que sirve como prototipo de otro cohete de nombre Starship, el cual está siendo alistado para transportar a 100 pasajeros que puedan pagar su viaje a la Luna y a Marte. La fecha estimada de la primera expedición comercial espacial es el año 2022.
Mi anfitrión de estos días en Matamoros me mostró en su celular el video de la prueba realizada a unos cuantos kilómetros de donde estábamos comiendo. La imagen muestra la forma en la que el cohete va despegándose de la tierra dejando una estela de fuego y una nube de arena a su alrededor hasta elevarse una altura que permite tener una panorámica en la que la costa se funde con el mar y el cielo. Una vez estabilizado en el aire, el Starhopper inicia su descenso de forma elegante, soltando casi al final una nueva estela de fuego que vuelve a levantar una nebulosa de arena entre la que se pierde la imagen del cohete.
El majestuoso espectáculo no se observó desde Matamoros, pero todo indica que las maniobras de los próximos años serán todavía más vistosas y sí podrían ser apreciadas del otro lado de Brownsville. Aún así, percibí en algunos matamorenses cierto orgullo —y hasta presunción— de estar tan cerca del sitio que podría ayudarnos a escapar de la Tierra en un futuro no muy lejano.
La fascinación texana por la astronomía (derivada de la instalación de la NASA en Houston) ha contagiado desde hace muchos años a Tamaulipas, un estado mexicano que es tan texano, que el actual gobernador se apellida Cabeza de Vaca.
Pero Matamoros carga todavía con demasiados asuntos terrenales. Mientras comía en el popular restaurante El Pueblito, no pude dejar de notar un cartel de búsqueda urgente de Mikaela, una yegua de raza giypsy robada de un lienzo charro apenas unos días antes de la prueba del cohete Starhopper.
Hay también lastres del pasado que prevalecen, como aquella historia que comenzó con la desaparición hace 30 años de un estudiante de la Universidad de Texas llamado Mark Kilory. Su búsqueda llevó a un rancho de las orillas de Matamoros llamado Santa Elena, donde el cuerpo del estudiante texano fue encontrado en una fosa clandestina en la que había una docena más de cadáveres.
Una banda de la que formaba parte una estudiante de excelencia de la Universidad de Brownsville, llamada Sara Aldrete, fue la responsable del asesinato de Kilory y del de las demás víctimas, las cuales eran sacrificadas mediante ritos satánicos con la creencia de que éstos protegerían el tráfico de drogas que realizaba la agrupación conocida a la postre como Los Narcosatánicos.
Sin embargo, Matamoros también tiene un pasado glorioso. Aquí nació Rigoberto Tovar García, mejor conocido como Rigo Tovar, “el Padre de la música grupera, el ídolo o domador de las multitudes”, un artista tropical que combinaba la cumbia con el bolero tan bien como sus lentes Ray Ban con el pelo largo, las camisas estampadas y los trajes angulosos.
Por cierto, fue en Houston no en Matamoros, donde Rigo fundó Costa Azul, la agrupación musical con la que dio un legendario concierto que reunió a medio millón de personas en el lecho del Río Santa Catarina de Monterrey, ganándole al Papa Juan Pablo II, quien también realizó un acto en el lugar durante los años ochenta.
Antes de ser músico, Rigo trabajó como intendente, mecánico y soldador en Houston. Desde entonces padeció una enfermedad llamada retinitis pigmentosa que al final de su vida, ya vuelto celebridad, lo dejó ciego.
Después de hablar de Los Narcosatánicos y Rigo Tovar, uno de mis guías ofreció llevarme a conocer la casa en la que vivía Sara Aldrete. Se trata de un lugar abandonado que a finales de octubre suele ser ocupado para celebrar fiestas de Halloween por jóvenes a los que divierte la idea de invadir una casa supuestamente embrujada.
En lugar de ir ahí, fui a un pequeño museo erigido en honor de Rigo Tovar, ubicado junto a una imponente y reluciente construcción del Consulado de Estados Unidos en la ciudad, donde recordé algunos de sus éxitos como “Mi Matamoros querido”, “Lamento de amor” y “Perdóname por ser tan guapo”.
En una de las paredes exteriores del museo encontré también un mural con Rigo Tovar posando con un casco de astronauta. Junto a la imagen ochentera estaban 10 integrantes de la Guardia Nacional —todavía con el uniforme militar— cuidando la sede diplomática estadunidense.
Horas después me fui de Matamoros, sin que la tormenta tropical Fernand causara daño alguno en este lugar cada vez más lejos de México y más cerca de Marte.